Cartagena de Indias, a través de la mirada de la fotógrafa Miriam Chacón

La mirada de la reportera gráfica Miriam Chacón por la ciudad colombiana abre una serie en VYMM donde las fotografías componen el mejor relato de un recorrido que va más allá de la experiencia turística

Al menos una vez en la vida (y ojalá puedan ser más) hay que viajar a Cartagena de Indias. La ciudad del caribe colombiano es una mezcla inolvidable de colores, historia, cultura y paisaje humano sin precedentes. Perderse entre sus calles antiguas al abrigo de la muralla, asombrarse ante los modernos edificios del barrio de Bocagrande, conversar con sus amables gentes y compartir ese relato personal a través del objetivo de la cámara conforman los puntos cardinales de la inspiración de la reportera gráfica Miriam Chacón, quien dibuja con su trabajo un auténtico cuadro de la ciudad enmarcado entre lo pictórico y lo fotográfico. Te proponemos, por tanto, un viaje sensorial a la bella Cartagena, bañada por el mar Caribe y mimada por el calor de sus habitantes. ¿Te lo vas a perder?

Con esta selección de fotografías, además, Viajar y Mucho Más (VYMM) comienza una serie en la que la fotografía nos conduce por calles y pueblos espectaculares tanto en España y Portugal como en Latinoamérica.

Texto y fotografías: MIRIAM CHACÓN

Después de dar muchas vueltas acerca del planteamiento de esta veintena de imágenes he llegado a la conclusión de que nada mejor que empezar por el principio. No pretendo hacer una radiografía de Cartagena de Indias ni tampoco marcar las bases de un sesudo proyecto fotográfico. El paso del tiempo y las sensaciones del momento marcan el ritmo de esta crónica fotográfica de los cinco días y medio que tuve la suerte de pasar en ‘La Heróica’.

1. Getsemany fue mi primer contacto con la ciudad. Con el jet lag a cuestas y el cuerpo en proceso de aclimatación a la humedad me perdí por estas calles que compiten en colorido y encanto con el casco viejo. Luisa, la propietaria de una de las muchas galerías de arte del barrio, me aconsejó que fuera discreta con la cámara de fotos. Pensé que la máxima de ‘no dar papaya’ es aplicable en todos los ámbitos de la vida.

2. Somos muchos los turistas que recorremos sus calles atraídos como insectos a la luz por el colorido de los graffitis y los mil estímulos visuales que aparecen en cada esquina de Getsemany.

3. En la plaza de la Trinidad vi por primera vez a las famosas palenqueras, el símbolo del legado africano en Colombia. Lucen trajes abanderados y cargan bandejas de frutas con las que posan y sonríen para la foto a cambio de una propina. Con el paso de los días me acostumbré a la presencia de estas mujeres en el paisaje de la ciudad.

4 y 5. Autóctonos y visitantes nos mezclamos en un tránsito incesante a través de la Puerta del Reloj, el icono que marca la entrada y salida de la ciudad amurallada. Al cobijo de la sombra que proporcionan sus arcos, varios puestos venden libros, sobre todo de Gabriel García Márquez.

6. Es habitual ver en la plaza de La Tenaza este espectáculo aéreo en el que compiten por igual modestos artilugios con otros más sofisticados. Observar el baile de las cometas en el aire y escuchar el bullicio de las risas de los escolares me pareció un regalo.

7. Reconozco que las palomas, y más en multitud, me inquietan. Pero no pude evitar acercarme al centro de la plaza de Bolívar, donde un grupo de niñas y niños se disputaba el logro de alimentar en la palmas de sus manos a las decenas de pájaros que revoloteaban a su alrededor.

8. Durante las horas centrales del día el ritmo frenético del casco histórico se ralentiza. El calor te envuelve con una pegajosa película de sudor que resulta agradable solo por el placer de poder caminar por la plaza de la Aduana casi desierta.

9. Y de repente las vi. Allí estaban ellas, felices, rebosantes de juventud. Inmortalizando su momento apoyadas en siglos de historia, ajenas al sorprendente y brutal horizonte de los rascacielos de la moderna Bocagrande.

10. La luz que sigue al ocaso baña con su mágica tonalidad cada escenario. A esta hora en el casco viejo los cantantes afinan la voz y los bailarines estiran los músculos. Mientras se preparan para iniciar su ruta de actuaciones para los turistas en busca del jornal diario la vida sigue su ritmo más allá de las murallas.

11. De madrugar saben mucho los pescadores. Aunque parecen invisibles, la localización de los pescadores del baluarte de Santa Catalina aparece en Google. Lo que no transmite el buscador es la sensación de tranquilidad que se respira en este espacio al amanecer. «Pasa, no tengas miedo», me dijo Wilfredo. Hombres de piel curtida y de pocas palabras que conviven con los pelícanos y garzas que pasean con toda tranquilidad entre los botes de madera y los cajones de corcho llenos de peces.

12. La primera vez que le vi salía del agua cargado con una bolsa de plástico sobre los hombros. Después, Luis me contó que no salía en la barca porque le daba miedo el mar. Mientras jugaba con Azabache y Azul, dos minúsculas gatitas, me enseñó las conchas de los moluscos que encontraban por la zona.

13. El viento jugaba con la tela y los ayudantes intentaban sujetar la cola del vestido para que el fotógrafo captara el momento justo. Ella me dio las gracias con una sonrisa resplandeciente cuando le dije que estaba preciosa.

14. La imprescindible visita al castillo de San Felipe más allá de alguna vista curiosa desde sus murallas y una ligera sensación de claustrofobia al recorrer sus pasillos no me resultó demasiado interesante. Salvo por este encuentro. Todavía me arrepiento de no haber preguntado su nombre a este señor que tan amablemente posó para mi en su puesto de recuerdos.

15. Después de varios intentos fallidos estuve a punto de darme por vencida con mi idea de visitar el mercado de Bazurto porque quería hacer caso a la recomendación de ir acompañada. Comentando con Raúl, el conserje del hotel, mi desazón por no poder ir apareció la oportunidad. Quedamos en que me acompañaría al mercado al término de su turno. Una mezcla de sensaciones contradictorias me llenaron el estómago mientras le esperaba sentada en un bordillo. Mientras la emoción de lo inesperado y la voz de la cordura discutían si lo que hacía era correcto o no, Raúl me ofreció ir en autobús para ahorrarnos el taxi. «A usted le gustan las aventuras ¿no? Pues vamos en autobús y así ve la vida normal».

16. Cae la noche sobre la ciudad bañada por el Caribe. La oscuridad llena de vida a la ciudad amurallada. Intento hacer una foto de postal para inmortalizar la última noche que pasaré en este escenario (hasta que regrese, claro). Un grupo de jóvenes contempla ese momento mágico en el que la noche pelea con el día hasta imponer su manto oscuro sobre la luz de la tarde.

17. Durante el día, las lluvias se convierten en torrentes en un abrir y cerrar de ojos. Al atardecer los charcos parecen desembocar en el mar. Las vistas desde el cercano Café del Mar no son más bellas, solo más caras y multitudinarias.

18. El sonido de los pasos tranquilos del repartidor de periódicos de ‘El Universal’ suena amortiguado en el asfalto poco después de salir el sol.

19. La ciudad se despereza mientras recorro por última vez las calles de la ciudad amurallada.

20. Me despido de Cartagena en el muelle de la Bodeguita, detrás de la barrera de cristal que nos separa a los viandantes y vendedores de los barcos que parten hacia las playas paradisíacas de Barú.

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