Colores del campo de Castilla, en pleno mes de agosto

Los campos de Castilla y León (en la imagen, inmediaciones de la localidad de Barcial de la Loma, Valladolid) muestran una estampa única. El horizonte parece no tener fin y para el ojo humano, la tierra y el cielo acaban uniéndose en la lontananza. La belleza está en la simplicidad, en esa mezcla de colores que huelen a campo recién cosechado y en las nubes amenazantes que el viento ha arrastrado hasta la estampa para que también formen parte protagónica de la composición fotográfica, rompiendo el azul de un cielo que, por estos lugares, siempre suele ser más azul que en ninguna parte.

Basta contemplar por un tiempo, y de manera sosegada, la instantánea realizada por el fotógrafo Eduardo Margareto para darse cuenta de que el arte de la fotografía no tiene que envidiar mucho (o nada) a la pintura. Esta imagen sin marco es un cuadro de los campos de Castilla, una foto fija del relato intrínseco del medio rural que el autor quiere contarnos para invitarnos a participar en él. Y así lo hacemos, desde la mirada y en silencio, como para no molestar.

La España vaciada (un término excesivamente agresivo) también habla a través de sus imágenes. Si vacío es algo que no contiene nada, estamos entonces ante la antítesis más flagrante. Porque, al menos en la imagen de arriba, haber, hay, y mucho. Incluso, diría que el árbol que se atisba en medio de la fotografía, justo en la línea divisoria que dibujan la tierra y el cielo nublado, ejerce de símbolo autorizado para negar ese empeño por lo vacío. Se te fijas, al árbol, además, se llega por una especie de estrecha vereda. Y ya se sabe, no hay camino posible si uno no quiere andarlo. / Por Rafa Monje.

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