La riqueza gastronómica de León se ofrece en barras de bares y cafeterías con precios aptos para todos los bolsillos
Un recorrido que seduce al visitante por la historia de sus calles y ahora también por sus sabores
¿Te imaginas un sitio en el que cualquiera de tus consumiciones incorpore en tándem perfecto una tapa? Unos generosos bocaditos de sensaciones que acompañan gratuitamente tu bebida. Ese lugar es León, una histórica tierra bimilenaria que sabe cómo entrarte: por el estómago. RAE, definición de tapa: 8. f. Pequeña porción de algún alimento que se sirve como acompañamiento de una bebida.

Somos lo que comemos. Y los leoneses lo saben muy bien, con un recio clima que propicia que la cocina se torne en un acto de generosidad. Sin grandes ambages. Una cocina aún poco conocida, en la que merece la pena sumergirse de lleno. La expresión más popular, la tapa. El DNI particular de cada establecimiento.
Tapear en León es un sano ejercicio que crea una sabrosa adicción. Una costumbre mermada por los tiempos de pandemia, pero que forma parte indisoluble de la cotidianeidad y el hábito de sus gentes. La tapa, elevada a la quintaesencia del servicio que presta cualquier bar o cafetería leonesa, por humilde que sea, se extiende más allá de la tradicional hora de los vinos. Es su esencia. Su identidad. ¿Un café? ¿Qué tapa quiere? Y observas la barra. ¿Dulce? Una de las maravillosas rosquillas del Café Pasaje o un par de churritos. ¿Salado? Tortilla de patatas… o lo que desees. O también un variado (imagen principal, en Seaki).

Una tierra donde descubrirás lo que significa un corto e, incluso, si no te apetece el alcohol, alternarás con butanos. El corto te lleva a ingerir una cantidad menor de cerveza o, incluso, de vermú. El butano, por su parte, es un refresco de naranja, con el que podrás recorrer las parroquias que te apetezcan. Un lugar donde jamás estará mal visto ‘matar judíos‘. No, no es ningún acto bárbaro de las tierras del norte. Sencillamente, así se denomina ir a tomar limonadas en Semana Santa. Tapear tampoco es apalancarse en una mesa. Consumes en barra, disfrutas del lugar. Apuras. Y te diriges hacia la próxima parroquia. Eso sí, ahora, distancia de seguridad y cumplimiento a rajatabla de todas las normas higiénico-sanitarias.

¿Por dónde comenzamos? Primera parada, antes de arribar a la capital del primigenio Reino de León, la cuna materna de La Bañeza. Una villa equidistante de Coruña y Madrid, por la A6, con la mirada puesta, a su izquierda, en el Teleno, y, de frente, la imponente cordillera cantábrica de los Picos de Europa. Tierra de poetas, como el Premio Nacional de Literatura Antonio Colinas y del fundador de la Biblioteca Nacional de España, Juan de Ferreras; de alubias y ancas de rana guisadas con su toque de unto; de adrenalina y sabor a gasolina, con su magnífico circuito urbano; y de un tiempo a esta parte, de la mejor carne de buey del mundo en la cercana Bodega El Capricho, de Jiménez de Jamuz (sacrosantas palabras de The New York Times: https://tapasmagazine.es/local/bodega-el-capricho).

Primera estación, el Elvis. Javi y familia han convertido al Rey del Rock en todo un local referente en la zona, con homenaje anual incluido, en agosto, con su mejor imitador español, Javier Arias. Un buen bierzo o un prieto picudo clarete o un corto sin, y, de tapa, unas sublimes patatas fritas, insertadas con un pimiento y un trocito de salchicha roja. Y, cuando el tiempo arrecia, un memorable caldo… y sopinas de ajo. De todo. De ahí damos el salto a otra parroquia, al Isla, con otro Javi al frente. ¿La estrella? Los calamares a la romana. Buenos, buenos.

En la Plaza Mayor lucía, espléndido, el Café Bohemia, con Miriam y Toño al frente. La crisis de la pandemia se ha llevado el negocio, no su recuerdo. Con tapas como la sartén de chichas con huevo frito. Rica, rica. Un poco más allá, el Odessa… y las sublimes manos de Tere en la cocina.

Con tapas que podrían inspirarte para tomar varias consumiciones: Su renombrada oreja guisada, la de asadurilla, tortilla de patatas poco cuajada en el interior, ensaladilla rusa o el nido (un trocito de pan frito, con un hueco donde se coloca un huevo de codorniz, acompañado de patatas panadera y chorizo a la sidra). En el ya inexistente Bar ZYTUM, con Rodo a la cabeza, disfrutábamos de unas memorables fabes con almejes.

A la sombra de su gótica y flamígera catedral, la Pulchra Leonina, más de dos mil años contemplan a la ciudad nacida de los campamentos romanos Legio VI Victrix, primero, y de la posterior Legio VII Gemina. León, la ciudad que dio a Europa sus primeras Cortes en el año 1188. La que alberga el Panteón de los Reyes, en la Capilla Sixtina del Románico de San Isidoro. La ciudad que tantas cosas más tiene que mostrarte.

Ciudad, por supuesto, de vinos y tapas. De barrios donde tapear es obligado. Cerca de la Catedral, a la izquierda de la Calle Ancha, el Barrio Romántico y el Cid. A su derecha, el Húmedo. Paralela a Ordoño II, la Pícara Justina. Y, por Eras de Renueva, los locales cercanos al Edificio de la Junta, coloquialmente conocido como edificio de los invasores (¿te acuerdas de la serie de televisión V, en la que lagartos alienígenas invaden la tierra?).

La Bicha bien merece una visita por su tapa de morcilla de Matachana. Por el contrario, tendrás que soportar el agrio carácter de Paco. ¡Qué largas colas se formaban para acceder a su pequeño y alargado local en Semana Santa, San Juan y San Froilán! Casi al lado, en la misma plaza de San Martín, la Taberna Los Cazurros y sus patatas al Cabrales.

Enfrente, para los amantes de las croquetas, El Rebote. ¿Te imaginas unas croquetas líquidas en su interior con sabores a morcilla, cecina, pizza, jalisco y cheddar? Extraordinarias. Y, ¿El Flechazo? Patatas fritas en rodajas, con ajo y cayena en polvo. O El Rincón del Gaucho, con sus clásicas sopinas de ajo, patatas con chichas, con morcilla o las picantes Gaucho, así como su especial Gaviota (ensaladilla sobre una gran corteza).

¡Cuánta pena nos da que por el camino se hayan quedado memorables establecimientos como El Infierno, Dumbo, Jamón Jamón…! Éste último, con sus generosos surtidos de embutidos.
Cruzamos al Romántico y nos espera Camarote Madrid, con el extraordinario Javi al frente y ese toque taurino, adonde acude, devoto, Carlos Herrera, cada vez que viaja a León. Manjares sobre la barra y de todo lo bueno, su salmorejo. ¡Qué tapa!

Continuamos la calle de Cervantes hacia Fernando González Regueral y el picadillo con patatas de La Trébede nos llama. Un poquito más adelante, El Patio, un gran espacio, que siempre estaba lleno, terraza e interior, en el que te encantarán sus mejillones en salsa picante, patatas bravas aros de cebolla o la croqueta de morcilla.

Y más, muchos más. La Tizona, con su bocadillo de calamares (tal cual lo lees, bo-ca-di-llo), tortillas, el especial “tizona”, la rebanada de morcilla y el pincho moruno. Ezequiel y su embutido. La sabrosísima tapa de pizza de La Competencia, donde podrás matar judíos durante todo el año. O El Barín de Eva y su embutido. O la memorable Casa Blas, pared con pared, donde las patatas se elevan a la categoría de arte. Antaño, en el local primigenio, ubicado a unos metros de éste, el negocio comenzó en 1946 siendo tienda de ultramarinos. Allí los clientes dejaban su recuerdo en forma de palillo clavado en el techo. Y cuando ibas a pagar, el camarero te preguntaba qué habías consumido. Como ahora, ¿verdad?

Por eso, cada vez que retornamos a León, regresamos a casa. Al lugar donde nos sentimos a gusto. Donde nos presta (sinónimo de gustar en leonés) ir de vinos, descubrir y redescubrir sitios nuevos. Donde nos obsequian con tapas a esgalla (en abundancia). Y, cuando se tercia, matamos algún judío de sabrosa limonada.

Por Rafael de Otero-Sevilla