
Los fenómenos meteorológicos, como la niebla, forman parte del paisaje de muchos rincones del planeta
Para muchos forma parte de nuestro paisaje, de nuestro día a día. Las mañanas de noviembre y diciembre en las que una masa densa esconde hasta el elemento más cercano a nuestra ventana son parte de nuestra cotidianidad. Sin duda, la belleza que alcanza en determinados espacios está claramente reñida con los riesgos que para la seguridad entraña en la carretera.
Cuando, al asomarnos a la ventana, vemos niebla, tenemos la sensación de haber quedado atrapados en medio de una nube. Y en cierto modo, es así. Porque la niebla son nubes bajas, en muchos casos prácticamente enraizadas en el suelo. De hecho, la Real Academia la define como «nube muy baja, que dificulta la visión según la concentración de las gotas que la forman». Porque la niebla no es más que un cúmulo de pequeñas gotas de agua suspendidas en el aire y condensadas tras entrar en contacto súbitamente con una superficie o una corriente de aire fría.
Nadie puede negar que la niebla es un fenómeno meteorológico habitual en los recuerdos vitales de muchas personas. Y así ha sido siempre, toda la vida. Porque nuestro refranero se encarga de recordárnoslo con algunos dichos que, aún en la actualidad, nos demuestran que no solo es un agente externo con el que convivir. La niebla es mucho más: condiciona nuestro quehacer diario, además de nuestro ánimo y nuestra salud.

«Mañana de niebla, tarde de paseo» es, seguramente, una de las frases más habituales relacionadas con el modo en que evolucionan las jornadas protagonizadas por las nieblas matinales. Para quienes vivimos en Castilla y León, la tarde suele ser de paseo y con el habitual sol radiante de invierno, que regala una luz muy especial a nuestros paisajes. Para quienes viven rodeados de la niebla día sí y día también, la cosa cambia: el ánimo decae y las personas que padecen determinadas patologías, sobre todo relacionadas con el sistema respiratorio o circulatorio, pueden ver empeorada su salud.
La «locura» del tiempo
Pero algunos fenómenos meteorológicos, como es el caso de la niebla, han alcanzado cotas de popularidad altísimas en los últimos tiempos. Tanto es así que incluso podríamos afirmar que brindan personalidad a muchos lugares, a los que ha regalado un plus de fama. Porque… ¿alguien imagina la capital de Reino Unido sin un ápice de niebla? ¿o los campos italianos de la Toscana?
El cine, indudablemente, ha puesto también de su parte. Como inmejorable constructor del imaginario colectivo, no ha escatimado esfuerzos en presentarnos algunos de los paisajes más famosos o las principales capitales del mundo tomadas, literalmente, por la niebla. Y quizá también por ello estas imágenes permanecen intactas en nuestra retina.
Londres, the queen

El séptimo arte ha sido especialmente tozudo con Londres. Esos densos bancos de niebla que no dejan ver ni medio centímetro del rojo de sus famosos autobuses. Esas nubes «agarradas» al Támesis a su paso por el Puente de Londres. Las calles de sus coquetos barrios atravesadas por taxis cuyas luces son incapaces de traspasar el telón creado por la niebla.
Un viaje por las páginas de cualquier obra de Dickens o de Sir Arthur Conan Doyle nos lleva de la mano por una ciudad sumida en la niebla. Eso sí, es importante hacer una distinción: el fenómeno actual del que hablamos nada tiene que ver con aquel otro altamente nocivo que afectó a la ciudad durante décadas y que alcanzó su cénit el 4 de diciembre de 1952, conocido como la «Gran Niebla», que no era más que una densa nube amarilla formada por niebla y humo.
El encanto de la niebla toscana

Esta comarca italiana es quizá una de las más turísticas del país y del continente: registra más de 44 millones de pernoctaciones hoteleras al año. Todos hemos tenido oportunidad de ver sus verdes paisajes salpicados (estratégicamente) de árboles y con una niebla de madrugada casi estudiada para dejar ver algunos de los cientos de matices de sus tierras.
A medida que el sol toma fuerza, los rayos son capaces de atravesarla y dejarnos ver los secretos que esconde, desde torres ubicadas en lo alto de pueblos-fortaleza hasta vastas extensiones de campo salpicadas de pequeñas localidades o de algunas de las decenas de casas o antiguas residencias que conforman la red de alojamientos rurales.
Mont Saint Michel

Su ubicación, prácticamente inserta en el mar, es sin duda una de las razones por las que este emblemático lugar, localizado en la región francesa de Normandía, pasa una parte del otoño y el invierno año arropado por la niebla. El fenómeno tampoco es actual: el pintor Paul Signac ya lo dejó plasmado para la posteridad en su obra Mont Saint-Michel, niebla y sol, de 1897.
Levantado sobre una pequeña isla rocosa del estuario del río Couesnon, su entorno, tomado por el mar, y sus sinuosas calles, que van a dar a la famosa abadía benedictina, el lugar es muy conocido también por sus mareas. Estas llegan a alcanzar diferencias de hasta 15 metros entre alta y baja, cuando el mar se sitúa a 15 kilómetros de la costa.
La literaria Elsinor danesa

No es el único lugar de este pequeño país al que la niebla otorga un carácter especial, pero sí uno de los más conocidos. Unido para siempre a la figura de Hamlet gracias a su famoso castillo renacentista de Kronborg, se trata de un lugar a orillas del mar desde el que puede contemplarse, cuando la meteorología no es adversa, la ciudad sueca de Helsingborg.
Decíamos que no es el único lugar, aunque sí uno de los emblemáticos, porque el puerto de Nyhavn, en la capital, donde se pueden contemplar los reconocidos edificios de fachadas de colores, también es lugar de estancia para la niebla durante los meses de otoño e invierno.
La meseta castellana, en el top

¿Qué vamos a decir? Que Castilla y León, sus cientos de rincones, son un lugar excepcional para disfrutar de la niebla. Desde la montaña palentina a las zonas de lagos, pasando por la planicie central. Parece no haber rincón que se le resista a este fenómeno, que ha encontrado en esta comunidad autónoma un lugar de excepción para lucir.
Noviembre y diciembre son sus meses favoritos, como ya hemos podido comprobar este año, y aunque no siempre es así, el refrán avala habitualmente la realidad: las mañanas en las que la niebla cubre de misterio e incluso misticismo una buena parte de esta tierra, dan paso a unas tardes excepcionales de las que todo el mundo debería de disfrutar en algún momento de su vida.

Por Arancha Jiménez