Una catequesis artística recorre estos días las calles y plazas de esta ciudad sencilla y que atesora una de las Semanas de Pasión más importantes de España



Jueves y Viernes Santo concentran en Zamora las procesiones que narran la Pasión de Cristo. Son procesiones con gran número de pasos, una catequesis artística que llama a la oración a la piedad y a la penitencia. Pero también a la admiración del trabajo de grandes escultores y gentes del pueblo que nos han legado su forma de ver el gran misterio. Los días previos son para procesiones intimistas, mucho más actuales pero que han sabido captar el espíritu que nos legaron nuestros antepasados.

Son procesiones populares, por calles estrechas, encajadas en un casco antiguo medieval que parece concebido expresamente para el paso de las tallas y los cofrades. Luces y sombras dibujan con la piedra el ambiente idóneo para el silencio que solo rompen los tambores, las esquilas o las matracas.

Silencio al Cristo de las Injurias, majestuoso, imponente, que bendice con sus brazos abiertos a toda la ciudad abandonando su templo, la Catedral. Bendición sencilla, humilde, la de un nazareno que vuelve a su barrio, a San Frontis, para recibir las plegarias y los rezos de los vecinos que allí lo tienen todo el año.
Por los barrios bajos, junto al Duero, Martes y Miércoles Santo ven como el Cristo de la Expiación clama desde la Cruz sus Siete Palabras que resuenan en una plaza recoleta, mientras mujeres y hombres de Zamora, cubiertos con caperuza de terciopelo verde, rezan a golpe de tambor y de hachón en el suelo. Y en la recoleta iglesia románica de San Claudio de Olivares, un bombardino rompe el Silencio ofrecido al Cristo de las Injurias, para rezar con los hermanos de la Penitencia, cubiertos con capa parda alistana, para acompañar al Cristo del Amparo.

Pero hoy no podemos olvidar que la Noche del Jueves Santo en Zamora es la noche del Misserere. La Penitente Hermandad de Jesús Yacente, fundada en 1942, con la imagen titular, obra de Francisco Fermín, uno de los grandes del taller de Gregorio Fernández, recorre las calles del casco antiguo de Zamora, acompañado por cofrades que visten alto caperuz y túnica de estameña blanca, con fajín morado, y hachón con cirio rojo en la mano.


Los mayordomos cumplen penitencia con una pesada cruz al hombro y hay una cruz voluntaria que está pedida para muchos años en el futuro. No hay más música que la de 4 esquilas de viático y los tambores que acompañan al Cristo. Todos callan cerca de la 01,00 de la madrugada cuando la procesión llega a la Plaza de Viriato y el coro de la Hermandad, que componen hermanos de la cofradía y zamoranos que se unen a él en la Cuaresma, interpretan el Salmo 50, el Misserere, en la versión que compusiera el Padre Alcacer, quien fue maestro de capilla de la Catedral de Zamora. Este es el impresionante momento que recogen las imágenes.
Así es Zamora, pequeña, sencilla, intimista, pero brillante y orgullosa de rezar a Dios por las calles y plazas, por rincones y puentes, a la espera de la Resurrección en la nueva Pascua.




Por Luis Jaramillo Guerreira