
La reconversión industrial atrajo a Europa una corriente cultural basada en la recuperación de espacios dejados por la industria pesada, para transformarlos en lugares de arte multidisciplinares y la villa asturiana da buena cuenta de ello
Desde hace diez años, la ciudad asturiana de Avilés, principal foco industrial del Principado, admira su complejo arquitectónico y la villa avilesina se encuentra más bella en su reflejo sobre la ría. Inmersa todavía en un cambio de modelo productivo, Avilés baja cada tarde a ‘la plaza Niemeyer‘ y, como pronosticó el artista, contempla un nuevo horizonte menos contaminado, más bohemio y más cultural. Una perspectiva que cautiva al visitante que pierde sus pasos entre los 22.000 metros cuadrados del gran palco sobre la ría, denominado por el genio brasileño como “un espacio abierto a hombres y mujeres de todo el mundo”.

El arquitecto de las curvas, considerado como uno de los más influyentes en el diseño tradicional, planificó edificios de líneas libres y sensuales, basadas en su entorno y extraídas de los perfiles naturales que le rodearon. “Me atrae la curva que encuentro en las montañas de mi país, en la sinuosidad de sus ríos, en las nubes del cielo y en las olas del mar”, declararía el propio Niemeyer a preguntas sobre la originalidad del diseño.

Quizá por ello, cuando la guía en su presentación explica el conjunto arquitectónico, dibuja en sus explicaciones una montaña sobre la Cúpula semiesférica de 4.000 metros cuadrados destinados a exposiciones y actividades artísticas, un árbol en el disco panorámico que vigila el conjunto y ofrece tranquilas vistas hacia el estuario y el casco antiguo, una ola en el auditorio democrático con capacidad para 1.000 personas y un río sobre la plataforma ondulada que discurre entre las piezas del Centro. Todo un canto a la naturaleza que poco a poco barrera los restos de azufre y escoria que aún se hallan en la arista sur de la ría y que terminará por imponer un criterio sobre las actuales barreras de comunicación que aún dificultan la integración plena tan soñada por el autor.
Pero mientras la plenitud del Centro Internacional llega, su equipo trabaja y el listado de artistas que cuelgan sus obras en el Niemeyer demuestran la capacidad de atracción de este espacio único. Como ejemplo reciente, ´Pedro Masaveu: pasión por Sorolla´ o la colección de dibujos y esculturas del Instituto de Crédito Oficial con nombres como Dalí, Picasso, Chillida y Oteiza.
La Cúpula es la pieza más dinámica en cuanto al desarrollo de actividades artísticas, aunque lo que sobresale en el conjunto por sus dimensiones y diseño es el auditorio. Con 28 metros de altura, el edificio se asoma sobre la plaza sereno e imperante. A su entrada aparece un vestíbulo, antes de llegar al espacio expositivo, conformado por dos salas de diseño irregular de 500 metros cuadrados en las que se han presentado los trabajos de los nombres más grandes de la fotografía: Jessica Lange, Ouka léele, Franco Fontana o, como ejemplo más reciente, la muestra que el visitante podrá encontrarse hasta el próximo 30 de enero, `Tres mujeres Magnun: Eve Arnold, Inge Morath y Cristina García Rodero, homenaje a otras tantas fotógrafas que han roto los tópicos de su profesión.

A través de una escalera sube el visitante al auditorio democrático que Niemeyer proyectó para Avilés. Sin palcos, ni plateas, todo el mundo es igual ante el arte. y el sueño del autor vuelve a hacerse patente en su obra. El diseño milimétrico de ubicación de las localidades permite las mismas posibilidades de visión a todo el mundo y aunque la ingeniería resulta imperceptible, todas las butacas parecen alineadas al ojo humano. El artesonado modernista del techo dispuesto por nueve grandes placas superpuestas y las paredes laterales envueltas en madera conforman un auditorio que dirige al espectador hacia los 400 metros cuadrados del escenario. Luz Casal, Gilberto Gil o Vetusta Morla aparecen entre los muchos artistas que ya han pisado las tablas del Niemeyer. La programación del auditorio también da voz a otro tipo de espectáculos y Salman Rusdhie o Antonio Muñoz Molina han reconocido la grandeza de la obra de arquitecto.
Pero el centro sorprendió en su construcción con una escena abierta. Música, danza, palabra, teatro… hacia el interior y hacia el exterior porque la caja escénica del auditorio dispone de una plataforma impresionante sobre La Plaza y artistas como Rozalén, Ana Belén o Woody Allen presumen de haber actuado mirándose en la ría avilesina.
La torre del Centro Niemeyer puede que sea la pieza que más miradas atrape del visitante en un primer momento porque, una vez arriba, las recogerá para proyectarlas desde 20 metros de altura hacia el tejido urbano de la ciudad y hacia la costa donde intuirá el Cantábrico al fondo de la ría. Quizá incluso atisbe el visitante desde la torre el cambio de ciudad industrial en el nuevo modelo que arrancó Niemeyer con su centro hace diez años y que poco a poco se dibuja en el skyline de Avilés.
El cuarto edificio, no proyectado por el arquitecto, alberga los servicios básicos del centro: Oficina de información, tienda museo, oficinas, cafetería y una sala de cine con capacidad para 96 personas en el que se ofrece cine de autor y en versión original que suple en la actualidad la carestía de salas en el entorno urbano de la villa.

Cae el día y en La Plaza la luz del atardecer se recoge sobre la ría. Aunque sea de forma breve, recorrido el Niemeyer, el visitante debe adentrarse en la elegante villa, la tercera ciudad en población de Asturias con 85.000 habitantes. El Centro se conecta de momento con el casco antiguo, a través de la pasarela de San Sebastián, el único puente que unía la villa con Luanco y, ascendiendo al final a través de una moderna pasarela, el paseante aparece en la plaza de Santiago López, donde se abre la villa medieval. Vestigios de su muralla son hoy reseñas en la Plaza de España.

Allí, contemplar el Ayuntamiento avilesino o el Palacio de Ferrera requiere una parada. El inmueble de estilo barroco alberga hoy un hotel que ya era elegido, siendo residencia de los marqueses de Ferrera, por la realeza cuando pernoctaba en la villa. Enfrente, el consistorio de estilo neoclásico, levantado con dolomía de la cantera de Bustiello, se corona con un reloj con sonajería que le da un cierto aire de Puerta del Sol madrileña.
De la plaza de El Parche, para los avilesinos, parte un abanico de calles, aunque Rivero y Galiana son las arterias que bombean la historia de la villa, y el ejemplo más claro del ensanche urbano cuando la demografía exigía espacio. Galiana es una espectacular calle porticada del siglo XVII que cobija al viajero, como hizo con los artesanos de la época, de la lluvia y el sol. Con más de un centenar de columnas y pavimentaciones originales, en algunos tramos, el visitante descubrirá una curva en su ascenso en la que podrá recordar los trazos del Niemeyer.
La calle Rivero, que adquiere el nombre por su ubicación en la ribera de la ría, es la peatonal más larga y transitada de la villa. La plaza semi circular en la fuente de los Caños se dispone como una pausa donde el viajero puede contemplar la huella de Camino Real a Oviedo, y el paso hoy obligado de peregrinos a Santiago. En sus días, la vía alojó el Hospital de Peregrinos Nuestra Señora de la Asunción. Desde la pequeña plaza, se observa la capilla del Cristo de Rivero, construida en el s.XVII y que conserva en su interior el escudo de los Rodríguez de León.


Desde Rivero el viajero puede adentrarse en el Parque de la Ferrera a través de la puerta más simbólica de las cuatro que dan acceso, sin incluir la última a través de la Casa de Cultura. El terreno perteneció al marquesado de Ferrera desde el siglo XV adquirido por el Ayuntamiento de Avilés tras duras negociaciones e inaugurado como parque público en 1976. El jardín luce espléndido en el corazón de la ciudad con dos áreas diferenciadas. El parque, de estilo inglés, con grandes espacios abiertos de pradería, estanque y zonas más boscosas, y un jardín francés con los elementos más característicos del mismo: pérgolas, fuentes y trazados de boj dando forma a los parterres.
Pero si el viajero disfruta de unas horas más para interesarse por los orígenes de la zona deberá sumergirse en su entorno. Acercarse al cabo de Peñas, el punto más septentrional de Asturias, y allí, a más de cien metros sobre el nivel del mar, en el espacio protegido por su importancia como hábitat de aves marinas y otras especias migratorias, sentir los vientos que traen la mar y adivinar los motivos por los que Avilés fue el faro del desarrollo industrial y motor económico del Principado.

En Arnao empezó todo
Dejarse arrastrar al este del cabo en sus vientos se hace obligatorio para entender el pasado de la Tierra y de las comunidades humanas, y descender a la mina de Arnao, en el concejo de Castrillón, es visita obligada. La reserva geológica de gran riqueza para los expertos enclava la primera mina de carbón mineral documentada en la Península Ibérica. Este primer pozo vertical, ‘La mina abuelo’, excava bajo el mar ya a mediados de 1800. Arnao, es junto a las minas de Cornualles (Inglaterra) de las pocas en Europa cuyas galerías se hundían por debajo del fondo marino y representa un capítulo fundamental en la industrialización española.
Aunque la mina nació oficialmente en 1833, la extracción de carbón de forma no industrial es anterior. La primera licencia otorgada por Felipe II se produce casi dos siglos y medio antes, en 1593. La explotación cerró en 1915 a causa de las filtraciones y por las dificultades de producción y sociales.
En su momento, tras la fundación de la fábrica de zinc en 1853, se comenzó a formar un poblado de trabajadores, un paisaje humano e industrial que perdura en el tiempo en otros poblados como Bustiello, y que permitirá al viajero imaginar la vida de sus habitantes y costumbres. En su condición de pionera, Arnao registra también el inicio del funcionamiento del ferrocarril, el ferrocarril que conectaba la mina con el embarcadero y que es el primero documentado en la historia de España.
Tan importante fue la mina para el país que, en agosto de 1858, la reina Isabel II se acercó hasta Arnao, en una de sus visitas a Avilés, y descendió a su encuentro con los mineros. La visita de la reina se hizo eco en Europa y Le Monde Illustré publicó en portada un grabado de la visita.

Por Javier Álvarez