
Un viaje entre prados escarpados, arquitectura popular y una gastronomía caracterizada por los productos autóctonos del interior de Cantabria
Cantabria lo tiene todo. Sin duda, es infinita en recursos turísticos y eso se nota a lo largo y ancho de un territorio que siempre sorprende al viajero. A esta tierra debes ir dispuesto a sentir cualquier experiencia con los cinco sentidos bien abiertos. Son tantas las sensaciones que conviene disfrutarlas despacio para no perderse ninguna. No olvides que estamos en una comunidad autónoma con una riqueza histórica, cultural y natural que impresiona, donde un arco iris permanente pareciera ceder sus colores a cada uno de sus rincones para componer un cuadro entre el mar, la tierra y el cielo.

Nuestro recorrido comienza a orillas del Cantábrico, en la costa que embellece aún más la histórica localidad de Comillas. Esta villa cántabra, de fuerte arraigo marinero y académico, fue testigo de la fundación de importantes empresas navales, bancarias y tabacaleras que dieron lugar a increíbles obras maestras. Sin duda, son muchas los edificios y monumentos que hoy lucen, majestuosos, frente al mar. Y, sin duda, por algo atrajo a todo un famoso arquitecto como Antoni Gaudí para levantar ‘El Capricho’, una obra arquitectónica que te dejará boquiabierto nada más verla. De hecho, esta población es la única, junto a Astorga y la capital leonesa, que acoge una obra del polifacético y excelso arquitecto catalán fuera de su comunidad de procedencia. Esa huella artística e indeleble convierte a Comillas en un lugar único, rodeado de montañas y senderos boscosos, donde la gastronomía invita a hacer una parada sosegada.


Ilustres representantes del modernismo
Gracias a la influencia del indiano más ilustre del pueblo, Antonio López y López, el I Marqués de Comillas, la localidad se transformó a finales del siglo XIX en una elegante villa balneario. Hasta aquí se acercaron ilustres representantes del modernismo, como los artistas Domenech i Montaner, Martorell y, lógicamente, el propio Gaudí.


Tras un breve paso por la vecina localidad de San Vicente de la Barquera, nos encaminamos de nuevo hacia el interior oriental de Cantabria en busca del río Pas y los Valles Pasiegos. Este río, de unos 70 kilómetros de longitud y conocido por su encanto para pescadores de truchas y salmones, nace en los montes de Pie De Castro Valvanera y Peñas Negras, en Vega de Pas, precisamente nuestro último destino de este viaje a contracorriente del cristalino cauce fluvial. Antes de llegar hasta allí habremos pasado por Puente Arce, Vargas, Puente Viesto y Soto-Iruz, entre otras poblaciones.

Es una ruta que requiere detenerse cada poco para admirar sus paisajes de cuento, desde miradores que te abren una ventana sin marcos a la impresionante naturaleza de una tierra que huele a pan y mantequilla. La sinuosa carretera, bien asfaltada, se convierte en una vena que recorre prados muy bien cuidados donde pastan plácidamente vacas, caballos y ovejas. La sensación de que estás al aire libre y alejado del mundanal ruido es una constante en la ruta. Los Valles Pasiegos, entre los ríos Pas, Miera y Pisueña, te cautivan aunque no quieras. Imposible resistirse a ese frondoso campo verde que sólo se torna azul en el horizonte, cuando la cima de la montaña acaricia el cielo y se funde con él, una y otra vez, tantas como montañas subes y bajas y escarpados prados observas.

La historia lo corrobora: hablamos de una zona enquistada entre montañas, cuyos moradores son los descendientes de una población de judíos y moros que quedaron en su tiempo aislados en esta parte oriental de Cantabria y que limita al sur con Las Merindades, ya en la provincia de Burgos. De esa rica historia hay vestigios que tampoco se quieren perder el protagonismo de este singular paisaje, como son las cabañas en pie desde el siglo XVI, su arquitectura popular más representativa, sin olvidar el valioso patrimonio monumental que completa la estampa. Estas cabañas se construían en una nave con dos platas, de tal forma que la primera, a nivel del suelo, fuera para el acogimiento de los animales y la segunda, la que se habilitaba para vivienda o, en su caso, para almacén.

Puente Viesgo, paraíso histórico y natural
Situado a poco más de 28 kilómetros de la capital cántabra, Puente Viesgo es un lugar indispensable en la ruta. Sorprende al viajero con un laberinto de cuevas prehistóricas bajo el Monte Castillo que ha merecido la declaración de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2008. Por ellas hay vestigios del paso del hombre durante al menos los últimos 150.000 años y, para tu conocimiento, hay dos que son accesibles a la visita: la de El Castillo y Las Monedas. Más información: cuevas.culturadecantabria.com.


Puente Viesgo, pueblo de Cantabria en el año 2007, es agua y es campo. La ‘Vía verde’ acondicionada como paseo, así como sus pozos son referencia turística de los Valles Pasiegos. Desde el punto de vista arquitectónico, destaca la iglesia de San Miguel, cuya fachada principal está flanqueada por torres semicirculares que nos recuerdan a la iglesia de San Martín de Frómista, en Palencia. Y no son las únicas evocaciones a otros monumentos majestuosos de España, porque las columnas portan estatuas que nos trasladan mentalmente a los profetas del Pórtico de la Gloria de Santiago. Además, la decoración de su interior también toma referencia de monumentos románicos de Silos (Burgos) y Santillana del Mar (Cantabria).
Esta bella localidad, rodeada de una explosiva naturaleza es también ideal para el descanso. De hecho, tiene un balneario que data del año 1862 y que alcanzó su máximo esplendor con la llegada del ferrocarril. La propia estación, de principios del siglo XX, es una visita obligada, así como la máquina de vapor Reyerta, de 1913, y de construcción alemana. Por si todo esto fuera poco atractivo, ten presente que en sus aguas han estado personajes tan ilustres como Pérez Galdós, Menéndez Pelayo o el Marqués de Comillas.

Selaya, donde huele a ricos sobaos y quesadas
Selaya es un pueblo de origen medieval conocido en la zona por su profunda tradición en la fabricación artesanal de los dulces más típicos de Cantabria: los sobaos y las quesadas pasiegas. La localidad, de algo más de 1.800 habitantes, no sólo te cautivará por la nariz y el gusto, porque enseguida agudizarás el sentido de la vista nada más ver las espléndidas casonas, iglesias y ermitas levantadas entre los siglos XV y XIX.
Desde Comillas, origen de nuestra ruta, llevamos 61 kilómetros de un road trip entre valles, prados escarpados y montañas de ensueño. Por cierto, si vas en familia y con niños, debes saber que estás a solo 15 kilómetros del Parque de la Naturaleza de Cabárceno.

En Selaya te recomendamos comprar los excelentes sobados y quesada pasiega. Nosotros lo hemos hecho en un establecimiento de solera: El Macho. A unos 11 euros la caja de sobados de un kilo neto. Todo un premio para todo exigente paladar.
El sobao pasiego nace de la combinación de la mantequilla con el pan pasiego, aunque originariamente solo se elaboraba con miga de pan, huevos, mantequilla y miel. Más tarde ya se añadieron otros ingredientes como el anís o el limón, sustituyéndose la miel por el azúcar. Si te preguntas de dónde viene el nombre de sobaos, te diremos también que se denomina así a la técnica tradicional de amasamiento de pan, que, una vez cobraba una textura más ligera y suave, se volvía a amasar. Este procedimiento se conoce como ‘sobar’, es decir, el proceso de amasar otra vez el pan, añadiéndole mantequilla, azúcar y huevo.

Vega de Pas, un paseo entre la tierra y el cielo
Llegar a la población de Vega de Pas es disfrutar de un paseo entre la riqueza arquitectónica a ras de suelo y la extrema belleza de sus montañas bravas, sus bosques frondosos y un cielo inmensamente azul. Ya en el año 1011 hay referencias históricas de la existencia de habitantes en los montes de Pas, la mayoría dedicados al pastoreo y otros, a la caza.
El turismo creciente ha hecho proliferar varios restaurantes, todos con una cocina basada en productos autóctonos. Nosotros hemos disfrutado de unas alubias pintas de chuparse los dedos, de un tomate con sabor a tomate y un pulpo con patatas que quita el hipo a cualquiera. En concreto, en el restaurante ‘La Terraza’, recomendable por su precio ajustado y por la excelente atención personal.

La historia de los Valles Pasiegos es la historia de una industria tradicional basada en la producción de mantequilla y queso. Destacados mantequeros ya había en el siglo XVI, donde la raza de vaca pasiega aportaba una leche muy rica en grasas que no tardó en romper fronteras y cambiar los modelos agrarios de la época.
Durante tu visita no dejes de conocer el Museo Etnográfico de las Tres Villas Pasiegas, ubicado en la ermita de San Antonio, del siglo XVIII. Muy cerca también tienes el Túnel de la Engaña, de 7 km. de longitud y que comunica Yera (en la parte cántabra) con la zona de Valdeporres (Burgos). Una travesía que supone una aventura indispensable y que, además, si eres de los más atrevidos, siempre podrás completar con senderismo en la zona, descenso de cañones o barraquismo.

Por Rafa Monje
viajarymuchomas.com