
La casa construida por Antoni Gaudí es un girasol arquitectónico que esconde, además, diferentes metáforas musicales
¿Has pensado en darte un capricho en este mes de septiembre? Los meses más turísticos del verano han pasado, sí, pero aún queda tiempo para disfrutar de muchos atractivos y Cantabria los tiene a pares. Una Comunidad de mar y montaña, de azul y verde, que esconde muchos rincones y lugares que deberías visitar al menos una vez en la vida (mejor dicho, varias veces).

Y una de esas maravillas que merece un recorrido es El Capricho de Gaudí, un edificio arquitectónico que sobresale en una localidad marinera y de fuerte arraigo académico como es Comillas. Situada a pie del Mar Cantábrico y rodeada de espléndidas montañas y senderos boscosos, donde la gastronomía de la zona se huele por calles y plazas, es una de las tres únicas poblaciones fuera de Cataluña donde el polifacético arquitecto Antoni Gaudí dejó su huella indeleble. Las otras dos son la capital leonesa y Astorga, con la Casa Botines y el Palacio Episcopal, respectivamente.
Pero volvamos a Comillas, donde el famoso arquitecto exhibió su genialidad con El Capricho, nombre que recibe el curioso edificio que inicialmente se denominaría Villa Quijano, en honor a su propietario. Una casa que no te dejará indiferente de 720 metros cuadrados y repartida en tres plantas.
¿Por qué Gaudí recibió y aceptó el encargo? La respuesta tiene su historia. Así que comencemos
A finales del siglo XIX esta pequeña localidad marinera se transformó en una elegante villa balneario, gracias a la influencia del indiano más ilustre del pueblo: Antonio López y López, el I Marqués de Comillas. Su relación con la burguesía catalana, especialmente con Eusebi Güell, le acercó al incipiente modernismo y de ahí que hasta Comillas se acercarán artistas de la talla de Domenech i Montaner, Martorell y, evidentemente, Antoni Gaudí, que decidió convertir esta villa cántabra en su particular campo de pruebas.


El Capricho refleja a una joven Gaudí, lleno de energía y vitalidad. Y esto se aprecia en el exotismo, el abigarrado color del edificio y la capacidad de adaptarse al propio terreno en cuesta.
El nombre de El Capricho no es cosa del protagonista del modernismo arquitectónico, sino que se debe a la presencia de elementos tan singulares y fuera de lo común como la torre de inspiración persa, los originales trabajos en hierro forjado y esa mezcla constante de colores y materiales. En la época ya se dijo que este edificio era, por tanto, todo un capricho de la arquitectura.

El arquitecto de la naturaleza
A Gaudí se le puede denominar perfectamente el ‘arquitecto de la naturaleza’. Y no sólo por sus conocidas obras en Barcelona como son la Sagrada Familia o el Park Güell, sino porque el propio edificio de Comillas muestra una de sus metáforas mejor logradas. El girasol no es solo un elemento decorativo y que da sentido a todo el conjunto arquitectónico. Y esto es así porque El Capricho está construido para seguir el sol y captar su luz. Las estancias se distribuyen y organizan en función de la posición que ocupan respecto al sol.
Además, el recorrido que hagas, tanto en exterior como en su interior, estarás rodeado de palmeras, alondras, mirlos, laureles y un sinfín de referencias al mundo natural.

El Capricho tiene mucho de Gaudí, como no podía ser menos, y bastante de Quijano, un abogado que sentía pasión por la música. Por ello que el edificio albergue diferentes metáforas musicales. Esa exuberante naturaleza forma parte fundamental del edificio y su entorno, una forma más de regular la temperatura ambiental.

La casa está adaptada a los gustos y necesidades de su dueño: Máximo Díaz de Quijano. La visita recomendable comienza por el Este, o sea, por la mañana, que es donde se encuentra el dormitorio y donde comenzaba el día para Díaz de Quijano. Natural de Santander, hizo una gran fortuna en Cuba. Un indiano, intelectualmente inquieto, que llegó a colaborar con José María de Pereda gracias a sus dotes como pianista y escritor. Era, además, periodista y un auténtico amante de la botánica y de los adornos exóticos.

Por Rafa Monje