El escritor Miguel Delibes en una imagen de archivo junto a su hija, paseando por el Campo Grande de Valladolid

La relación de esta ciudad con la literatura en mayúsculas es incontestable: Miguel de Cervantes, José Zorrilla, Miguel Delibes, Rosa Chacel, Francisco Umbral…

La relación entre una ciudad y la literatura (y viceversa) tiene nombre propio en España: Valladolid. La capital pucelana es conocida por su relevante historia (son muchos los personaje históricos vinculados a esta ciudad), por su patrimonio y su gastronomía, entre otros atractivos. Pero si hay una seña de identidad que la diferencia de otras muchas urbes españolas esa es la cultura y, en concreto, la literatura universal.

¿Os dicen algo los nombres de Miguel de Cervantes, José Zorrilla o Miguel Delibes? Pues, sí, Valladolid forma parte indisoluble de la vida y obra de esos prestigiosos escritores. Y conviene recordarlo estos días de celebración del Día Internacional del Libro.

Pero aquí también nació Rosa Chacel (en la imagen de arriba), que recorre las calles vallisoletanas en Memorias de Leticia Valle, un homenaje que le devuelve su tierra con una estatua un busto de la escritora en el Campo Grande y una estatua que la representa sentada en un banco junto a la plaza del Poniente. El jardín romántico por excelencia también recuerda, con sendos bustos, a dos ilustres vallisoletanos: el dramaturgo Leopoldo Cano y el poeta Nuñez de Arce.

Más allá de este recoleto espacio se repiten los recuerdos a otros autores nacidos en la capital del Pisuerga: el poeta Jorge Guillén (con su placa en la calle Constitución y una escultura, firmada por Chillida, en el lateral del Museo Nacional de Escultura); el poeta, periodista y miembro de la RAE Francisco Javier Martín Abril (placa en el número 16 de la calle López Gómez), el ya mencionado Nuñez de Arce (la casa en la que vino al mundo, en la calle homónima, así lo atestigua) o el también poeta Emilio Ferrari (una placa recuerda el lugar de su nacimiento, en la calle a la que da nombre, junto a la Plaza Mayor).

Son muchos los literatos que se han fijado en la ciudad que, sin duda, se escribe con ‘V’ de vino, vida y verde, pero también con ‘L’ de literatura y libertad. Ahí están clásicos como Cervantes o Quevedo, el citado José Zorrilla o, en los albores del siglo XX, el italiano Leonardo Sciascia, para quien “…Valladolid era una hermosa y antigua ciudad donde me habría quedado para siempre…”, como recuerda el texto grabado en la plaza del Palacio de Santa Cruz.

Seguramente te hayas sumergido en textos y libros ambientados en Valladolid, como algunos de los firmados por Francisco Umbral -arriba, en la imagen- (entre ellos, La capital del dolor) o por Gustavo Martín Garzo -en la imagen de abajo- (como Las historias de Marta y Fernando, Premio Nadal), o uno de los últimos éxitos de ventas con sello español, Memento Mori, de César Pérez Gellida.

Pero si tus preferencias literarias con la novela histórica, puedes bucear en el Valladolid cortesano con libros como María de Molina (Almudena de Arteaga)La corte de los ingenios (Ignacio Martín Verona), Los ojos de Dios (Rafaela Cano), El castillo de diamante (Juan Manuel de Prada)…

La web del Ayuntamiento de Valladolid destaca un curioso relato escrito por Anthony Burgess (el autor de La naranja mecánica) quien imaginó una conversación entre Cervantes y Shakespeare a orillas del Pisuerga. El texto, Encuentro en Valladolid, se incluye en el libro de relatos The Devil´s Mode.

Miguel de Cervantes

La ciudad era capital de la Corte cuando Miguel de Cervantes se trasladó al número 9 de la calle del Rastro. Hoy en día es el Museo Casa de Cervantes, (en las imágenes de arriba y de abajo), la única casa original del manco de Lepanto que se conserva en España. Aquí inició la segunda parte de El Quijote y escribió varias Novelas Ejemplares.

Algunos de los escenarios vallisoletanos que aparecen en sus novelas son el desaparecido Hospital de la Resurrección, del que conservamos la fachada (en el mismo patio del Museo). La Puerta del Campo, además, es en La ilustre fregona el punto de encuentro que fijan Avedaño y su ayo. En esta obra también menciona las fuentes de Argales. ‘San Llorente’, que menciona la placa de La Gitanilla, es la iglesia de San Lorenzo.

Estatua de José Zorrilla en la ciudad de Valladolid

José Zorrilla

¿No es cierto, ángel de amor, que en esta apartada orilla más pura la luna brilla y se respira mejor? El autor de los versos más famosos del Romanticismo vino al mundo en la actual casa-museo de Zorrilla (calle Fray Luis de Granada) el 21 de febrero de 1817.

En esta casa, hoy abierta al público, José Zorrilla (arriba, la estatua en la plaza que lleva su nombre en Valladolid) pasó los primeros años de su infancia, aunque pronto se trasladó con sus padres – un relator en la Real Chancillería, de rígida moral conservadora, y una mujer piadosa en exceso- a Burgos y a Sevilla. Sin embargo, regresó pronto, para matricularse en la Universidad de Valladolid (el actual edificio histórico de la UVa), que no para acudir a clase, ya que demostró más interés en el dibujo, la literatura y las mujeres. En esta época comienza su inclinación por autores como Alejandro Dumas, Victor Hugo o Espronceda.

El aprecio que por su ciudad natal sentía el escritor, que saboreó pronto el éxito como literato, se plasmó en obras como Recuerdos de Valladolid, una leyenda que Zorrilla ambienta en el Campo Grande, donde acontece un fatal duelo a muerte. El mismo aprecio le tenía el Ayuntamiento de Valladolid, que le nombró cronista de la ciudad en 1884. Murió apenas cuatro años después de recibir esta distinción, el 23 de enero 1893, con 76 años, después de una operación para extraerle un tumor cerebral. En 1902 se dio por fin cumplimiento a su voluntad y su cuerpo fue trasladado al Panteón de Vallisoletanos Ilustres del cementerio del Carmen de Valladolid, donde, en la actualidad, descansa.

La ciudad le ha dedicado sentidos homenajes, como la estatua que le representa, rodeado de sus musas, en la plaza que lleva su nombre (inaugurada en 1899). También se le ha dedicado una avenida, la arteria principal de Valladolid; el estadio, un teatro o un instituto de educación secundaria.

Miguel Delibes

La obra de Miguel Delibes es un continuo homenaje a la provincia vallisoletana. Sus campos, pinares y pueblos son continuamente exaltados en unos relatos con profunda devoción por el mundo rural. Sin embargo, su carrera realiza un giro inesperado hacia la novela histórica con El Hereje (Premio Nacional de Narrativa) en la que recrea el Valladolid de la corte de Felipe II y la oscura época de la Inquisición. (En la imagen de arriba, Fernando Zamácola, director y gerente de la Fundación Miguel Delibes junto a un retrato del autor).

La llamada ‘ruta del Hereje’ en honor a esta novela recorre los enclaves más importantes para la villa en el siglo XVI. Varias placas conmemorativas nos guían en un paseo literario con profundas raíces históricas; no debemos olvidar que el relato gira en torno a  los dos grandes autos de fe que se celebraron en mayo y octubre de 1559.

Nos adentramos en el Valladolid de la corte de la mano de Cipriano Salcedo. Viene al mundo en 1517 cerca de la plaza de San Pablo, epicentro de la vida política en la época. En el entorno de la plaza, Delibes representa el mundo de los letrados -a través de Ignacio Salcedo, oidor de la Real Chancillería, como nos recuerda una placa en el Palacio del Licenciado Butrón, en la plaza de las Brígidas- y de los nobles y ricos comerciantes -en la plaza de Fabio Nelli-.

Encontramos la siguiente placa en la plaza de la Trinidad. El texto nos informa de allí estuvo en su día el Hospicio de la ciudad, institución que en el siglo XVI estaba a cargo de la Cofradía de San José de los Niños Expósitos, lugar donde estudia Cipriano Salcedo. Muy cerca se encontraba la Judería de Valladolid, donde los Salcedo instalaron su almacén de lanas, un negocio de exportación que determinó su prosperidad económica y su contacto con las corrientes luteranas que venían de Flandes.

Convertido en ‘hereje’, Cipriano se torna en discípulo de un personaje histórico, el Doctor Cazalla. Sin dejar la antigua judería, encontramos el convento de Santa Catalina de monjas dominicas, implicadas en el proceso contra este predicador; o la capilla de los Condes de Fuensaldaña, hoy parte del Museo Patio Herreriano, donde se dio sepultura a la madre de Agustín Cazalla, doña Leonor Vivero. En la actual calle del Doctor Cazalla estuvo la casa de doña Leonor, epicentro de las reuniones clandestinas que organizaba su hijo.

La última etapa de la novela aborda los grandes autos de fe, fiel a su acontecer histórico. Los condenados acudían a la ceremonia, celebrada como un festejo más en la Plaza Mayor, vestidos con sambenitos. Al finalizar, los reos penitenciados volvían a la cárcel y los demás eran montados en borriquillas y llevados a través de la calle Santiago –hacemos un alto en su iglesia, donde el Doctor Cazalla predicaba cada viernes- al ‘quemadero de la villa’ (plaza Zorrilla), a las afueras de la ciudad, donde se enfrentarían al garrote vil o, incluso, a ser quemados vivos.  Al acabar el macabro acto, se recogían las cenizas y se aventaban queriendo borrar así todo rastro de aquellos a los que la Inquisición había condenado, recoge la web municipal.

Valladolid mantiene viva la memoria de Miguel Delibes. Además de la ruta del Hereje, que se ha consolidado como una ruta histórica ofrecida de forma habitual en la Oficina de Turismo, un moderno centro de congresos y auditorio lleva su nombre (en la imagen de arriba). Su casa natal, en el número 12 de la calle Acera de Recoletos, luce una placa que representa un membrillo y recuerda una de sus frases: ‘Soy un árbol, que crece donde lo plantan’.

Y una curiosidad…

‘Érase un hombre a una nariz pegado’ es, quizá, la frase más recordada del abierto enfrentamiento que mantuvieron Góngora y Quevedo. ¿Sabías que esta enemistad se fraguó en Valladolid?

Corría el año 1601 cuando un joven Francisco de Quevedo, de 21 años, se matriculó en su Universidad. Aquí escribió sus primeros poemas bajo el pseudónimo Miguel de Musa -algunos, como No fuera tanto tu mal, dedicados a la ciudad-, su famoso Poderoso caballero es Don Dinero y su única novela, El buscón. Y, también aquí, comenzó a parodiar al entonces poeta de referencia, Góngora, quien, con 42 años, se instala en una Corte que, como bien relata en su texto Valladolid, de lágrimas sois valle, no es de su agrado. Las diatribas poéticas que circulaban por la ciudad del Esgueva y sus jocosas lecturas en las tabernas acentuaron el rifirafe entre un consagrado escritor y un ingenioso estudiante que se convertiría en el enfrentamiento más recordado del Siglo de Oro.

Como verás, Valladolid tiene una relación muy estrecha con el mundo de las letras, un maridaje excepcional que va más allá de personajes y autores y que, por suerte, pervive hoy en día en sus calles y plazas y, sobre todo, entre sus gentes.

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