La ciudad asombra a los visitantes por su monumentalidad, su gastronomía y su ambiente, un regalo para los cinco sentidos

Por JUANMA DE SAÁ

Entre las posibilidades y los accesos que puedes escoger para entrar en Salamanca, la más impresionante es por la carretera de Madrid, especialmente de noche, cuando un vistazo, más allá del Tormes, revela el conjunto marcado por las catedrales. Sí. Son dos: la Catedral Vieja y la Catedral Nueva, aunque unidas a fuego y a espiritualidad. Si llegas al atardecer, la emoción cobra otra dimensión, con los reflejos del sol en el río y el brillo de la arenisca de Villamayor, que hace refulgir la piedra de un modo mágico.

UN DÍA

Con poco tiempo por delante, tendrás que venir temprano y, justo antes de irte, girar la cabeza para regalarte con ese tipo de imágenes pero, en cualquier caso, ve directamente a la Plaza Mayor.

La Plaza Mayor de Salamanca tiene 88 arcos.
Las terrazas de las cafeterías de la Plaza Mayor son un buen lugar para hacer un alto en el camino. Fotografía: R.Monje

La tónica general de las ciudades modernas, en aras de la seguridad vial, pasa por una velocidad que no supere los 30 kilómetros por hora o, incluso, menos. Salamanca implantó hace años esa velocidad en los paseos de Rector Esperabé y San Gregorio -por los que pasarás para poder caminar sobre el Puente Romano y para echar un vistazo a la Casa Lis. Tienes muchos aparcamientos para acercarte a la Plaza Mayor y resultan muy cómodos los de Crespo Rascón y la plaza de Santa Eulalia, si te apetece andar poco. Si no te importa caminar, que siempre es lo mejor, deja el coche lejos del centro.

La Plaza Mayor parece cuadrada pero no lo es. De hecho, sus cuatro lados son diferentes, lo que le imprime todavía más encanto. 88 arcos y un ambiente estupendo, incluso en tiempo de pandemia. Recuerda guardar todas las medidas de seguridad, que ayudan a conservar la salud de todos y a que la economía no salga aún más lastimada.

«La Plaza Mayor de Salamanca parece cuadrada, pero no lo es; de hecho, sus cuatro lados son diferentes»

Un vistazo a las estatuas sobre la fachada norte, donde está el Ayuntamiento, remite a la representación de prudencia, justicia, fortaleza y templanza, aunque hay quien prefiere ver los símbolos de la agricultura, la industria, la música y la poesía. No haber quedado nunca ‘debajo del reloj’ de la Plaza Mayor es no haber vivido nunca en Salamanca o, de haberlo hecho en una cámara de privación de sensaciones.

Las horas están demasiado contadas para fijarse en todos los detalles pero siempre hay un momento para echar un vistazo. Después de comprar unos chochos típicos de Salamanca -cuya denominación con raíces mozárabes nada tiene que ver con lo que el menos avezado del grupo menciona siempre- para probar y regalar, camina hasta la iglesia de San Julián y Santa Basilisa y fíjate en ese entorno, al que volverás al anochecer cuando duermas en la capital charra.

Convento de las Úrsulas.

Sigue hasta la Gran Vía y recórrela hasta la calle Caldereros, al final de la cual verás la famosa Torre del Clavero, del siglo XV. Sus 28 metros de altura y su belleza te piden a gritos un selfi en contrapicado.

Bordea la plaza de Colón y toma la calle Juan de la Fuente -donde hay otro aparcamiento que puede venirte bien- para llegar a la confluencia con la Gran Vía. Ahí te espera el Convento de las Dueñas, con su mundialmente famoso claustro plateresco, y, si levantas la vista, el impresionante Convento de San Esteban, visita inexcusable en una primera aproximación a la ciudad. Con un poco de suerte e intención, la próxima Semana Santa podrás volver para ver salir de allí a la Virgen de la Esperanza en la madrugada del Viernes Santo. Una pequeña parte de la impresionante y muy recomendable Pasión charra.

El Convento de San Esteban es una visita obligada en Salamanca.

Por la calle Rosario, acércate hasta la iglesia de Santo Tomás Cantuariense, una pequeña iglesia románica que merece la pena ver y que, con una concepción más cabal del urbanismo, habría tenido el realce que merece.

Después de cruzar la plaza del Concilio de Trento, sube por la calle Tostado hasta la plaza de Anaya, uno de los lugares inolvidables de Salamanca. A tu derecha, el Palacio de Anaya, neoclásico con mayúsculas, que acoge la Facultad de Filología. Al lado, la iglesia de San Sebastián y, enfrente, las dos catedrales. Por sí sola, esta parte del casco histórico, junto con la Universidad, merecería una intensa semana en Salamanca, así que, si pretendes dejar zanjado el asunto con un vistazo y dos fotos, allá tú. No hace mucho, escuché a un turista un desdeñoso ‘vista una, vistas todas’, mientras hacía un vídeo desde la Rúa. Sin comentarios.

Imagen de la plaza de Anaya y la calle La Rúa, desde la Catedral Nueva.
Plaza de Anaya con las torres de la Clerecía al fondo. Fotografía: R. Monje

La realidad de Salamanca es tan densa que pasas de imaginarte el germen del conocimiento universitario en el claustro catedralicio, hacia el siglo XII, a encontrarte frente a la plaza de toros de La Glorieta, una de las referencias para el mundo taurino. La combinación con la estatua del Viti y la plaza al fondo es una de las fotos más frecuentes pero, no por ello, menos interesante.

Si partimos de la realidad de que siempre es injusto escoger lo mejor entre lo mejor, la solución sería no mencionar ningún establecimiento en especial pero sí es posible tirar de lo clásico si despertar suspicacias y, en ese caso, la Plaza Mayor y su entorno aportan posibilidades tradicionales como el Cervantes y el Bambú para no perder demasiado tiempo en comer, ya que solo disponemos de una jornada.

El Mesón Cervantes tiene un interior decorado con motivos cervantinos y quijotescos pero lo más solicitado está en las mesas que permiten ver la Plaza Mayor desde una de las tres ventanas de la sala y los ocho tipos de tortilla rellena, además del farinato y de la tradicional paloma, es decir, un cuero de maíz con ensaladilla rusa. José Gafas, Wenceslao y Fusi te atenderán primorosamente en la parte de arriba, donde cocinan Conchi, Aurora y Yuli, y Naím y Juan Requejo, en la terraza. Un pincho de tortilla rellena y una caña, 2,50 a diario y 2,70, en fin de semana.

Tapas como las patatas revolconas son típicas en la oferta de bares y restaurantes.

Otro clásico es el Bambú Tapas & Brasas, en la calle Prior. Después de casi cuatro décadas en un sótano legendario, se trasladó en plena pandemia a ras de calle y mantiene su esencia de antaño, combinada con la cocina moderna en vivo. Tapas preparadas al momento para que se te caigan las lágrimas. Costilla, panceta, chorizo, pincho moruno, pluma, presa… José Manuel, el dueño, funciona desde la cocina y Sergio y Miguel te atenderán primorosamente. Una caña y una tapa de costilla, 4,80 euros. Altamente recomendable. No olvides las patatas meneás que preparan cada mañana.

Mientras se van abriendo un hueco en el mercado algunas grandes cadenas, mantiene su tensión la zona de Van Dyck, enfilando en dirección a Zamora, también merece la pena para tomar unas tapas en cualquiera de sus establecimientos.

«Entre la gran variedad de pinchos y raciones que ofrece Salamanca destaca el marisco de pocilga, un lujo para el paladar»

Toda la calle te ofrece una gran variedad de pinchos y raciones, con la brasa y el ‘marisco de pocilga’ como protagonista. Don Cochinillo aporta el producto que le da nombre, además de potaje y la paella, entre otras muchas delicias. Montaditos por toda la zona y algunos lugares especiales que buscan a un público más juvenil y que ofrecen precios de estudiante.

Pero Salamanca es una ciudad sorprendente por su oferta culinaria y un generoso número de restaurantes y casas donde dar gusto al paladar. Mesón Gonzalo, Casa Paca, Valencia, Pucela... son solo unos ejemplos recomendables para comer con mantel y que conviene apuntar bien en el cuaderno de viaje. Hay decenas de lugares buenos. Corte & Cata, frente a la Universidad Pontificia, en la calle Serranos, no te dejará insatisfecho con su comida casera. Puedes disfrutar de platos tradicionales a buen precio en El Bardo, en la calle de La Compañía, un sitio de toda la vida, y en La Mariseca, con muy buen cerdo ibérico a la parrilla, en la Rúa. En la plaza de Santa Eulalia, cerca de la Torre del Aire, puedes ir a Vida & Comida, a base de tapas de buenas dimensiones, cocina de autor y trato cercano.

La visita a la ciudad, y más si es con niños, requiere descubrir la figura de un pequeño astronauta en la fachada de la Catedral Nueva.

Una vez completado el avituallamiento, si te has alejado mucho, regresa hacia la calle Benedicto XVI para colocarte al pie de la Torre del Gallo, no sin antes buscar la escultura de un astronauta en la fachada de la Seo. Es un ejercicio fantástico cuando se va con niños. Bordea al Palacio Episcopal y entra en la emblemática calle Libreros hasta situarte frente a la fachada del Edificio de Escuelas Mayores. Los niños, entusiasmados por haber hallado el astronauta en la Catedral, se ven ante el nuevo reto de encontrar la rana sobre una calavera.

Interior del Patio de Escuelas.

Lo que quizá no sea tan aconsejable es continuar la búsqueda por la crestería del Patio de Escuelas, donde algún cantero recalcitrante cinceló un motivo menos inocente con el onanismo como inspiración.

Continúa por la calle Libreros hasta la plaza de San Isidro y vuelve la vista hacia la izquierda. Esa uniformidad horizontal recuerda que Juan de Herrera también estuvo por medio y supervisó los planos de la Clerecía.

Vista de la Clerecía desde el interior.
Las torres de la Clerecía, desde el interior de la Casa de las Conchas.

La calle de La Compañía insiste en que Salamanca es uno de los más impresionantes escenarios, con la Clerecía a la izquierda y la Casa de las Conchas, a la derecha. Gótico, renacentista y mudéjar. Las conchas de piedra le dan el nombre y dejan en un injusto segundo plano para buena parte de los visitantes las rejerías, el artesonado del patio y los peculiares arcos mixtilíneos.

Fachada de la Casa de las Conchas.

Al final de esa misma calle está el Palacio de Monterrey, del siglo XVI. Merece la pena la visita, y que desde este Jueves Santo ha incoporado un nuevo mirador desde su torreón. La visita al Palacio es guiada pero, quizá por falta de tiempo, habrá que volver otro día. Un poco más adelante, la escultura en la que Pablo Serrano inmortaliza a Miguel de Unamuno te indica la postura, con las manos a la espalda, en la que debes pasear por la calle de las Úrsulas hacia el parque de San Francisco.

Hornazo típico de Salamanca. Fotografía: D. Arranz.

Ya has comprado chochos típicos para regalar pero no te olvides de un bollo maimón de La Industrial, con una ración de tarta San Marcos que te comerás inmediatamente, y, por supuesto, Hornazo de Salamanca. Uno grande. (Aquí puedes ver la receta de su elaboración). Busca exclusivamente ese producto único, amparado por una marca de garantía. Una vez lo pruebes, te verás en la necesidad de consumirlo habitualmente. Una masa sedosa y con una disposición romboidal característica, rellena de productos sublimes de la matanza: lomo adobado, jamón y chorizo de la máxima calidad. Impresionante.

Ya puestos, compra en Gil alguna pieza de bollería con nata y, en La Madrileña, unas raquetas. Cuando llegues a tu lugar de origen, decidirás quedarte también las que compraste para unos amigos.

Antes de marcharte, un vistazo a otra joya del románico. Mucha gente se pregunta cómo puede estar rodeada de edificios y calzadas una iglesia románica de planta circular como la de San Marcos, que remite al mismo concepto del urbanismo que dejó enclaustrada al templo de Santo Tomás Cantuariense.

La iglesia de San Marcos, fechada hacia finales del siglo XI o principios del XII, marcaba la pequeña y maravillosa bienvenida al visitante desde Zamora. Si cierras los ojos, puedes imaginarla en el centro de una gran explanada rodeada de césped pero, al abrirlos, sigue ahí, a escasos metros de la calzada. Mejor, desechar esa ilusión y tomar algo en una terraza de la calle Zamora antes de partir.

CON NIÑOS

Cuando tienes poco tiempo por delante y viajas con niños, no puedes desaprovechar la oportunidad de subir a sitios altos para echar un vistazo amplio al conjunto. La imagen que quedará dentro de ti y, con toda probabilidad, las fotos que sacarás bien y el entretenimiento mezclado con el asombro valen subir a la escalera del cielo, Scala Coeli, para ver Salamanca desde las Torres de la Clerecía y ya profundizaremos en otro momento en el propio edificio en el que se encuentra la Universidad Pontificia de Salamanca, con su patio barroco y una de las escaleras más espectaculares que podrás encontrar. Al volver a la ciudad el próximo verano, sentirás la necesidad de hacer ese mismo recorrido por la noche.

Vista aérea de las Catedrales de Salamanca y el casco histórico de la ciudad.

Igualmente recomendable es Ieronimus, las torres de la Catedral, otro recorrido increíble para fijar en la mente una Salamanca única. Mucha gente hace Scala Coeli y Ieronimus de forma consecutiva, ya que ambas opciones ofrecen examinar de cerca, por dentro y por fuera, dos de los edificios más emblemáticos de la ciudad.

Hablando de alturas, no puede haber mejor momento para explicar a los niños la figura del Mariquelo, que sube a la torre de la Catedral Nueva desde 1755 para agradecer al Señor que el terremoto de Lisboa no dañase gravemente el edificio y que no muriera nadie.

Tratar de divisar la rana en la fachada de la Universidad es todo un acontecimiento para grandes y pequeños.

Hay que insistir en que buscar el astronauta en la Catedral y la rana, en la fachada de la Universidad, son actividades muy aconsejables con niños pero se complicarían mucho las cosas si continúa la búsqueda de figuras curiosas en la crestería del Patio de Escuelas. Casi es mejor desplazarse hasta la plaza del Corrillo para localizar en los capiteles dioses, planetas y días. Por ejemplo, un helado para el primero que encuentre el sol.

Bascular hacia la Plaza Mayor también tiene garantía de éxito. Los espacios amplios siempre son útiles y más, los acotados. Puedes curiosear junto al Pabellón Real pero no llames la atención de los infantes sobre el rótulo que recuerda que en ese punto se suicidó una mujer en 1838. La leyenda dice que esas manchas fueron causadas por su sangre, absorbida por la piedra.

«Pasear por el Puente Romano y contarle a los niños el relato del Lazarillo de Tormes y el verraco es una actividad aconsejable»

Pasear por el Puente Romano, ida y vuelta, es muy evocador y permite, sin necesidad de grandes alardes históricos, contar a los niños el relato de Lazarillo de Tormes y el verraco, cuando el malévolo ciego invitó a su guía a acercar el oído a la escultura para escucha un gran ruido dentro de ella y aprovechó para golpearle la cabeza contra ella. “Necio, aprende, que el mozo del ciego un punto ha saber más que el diablo”, le dijo. También se puede entablar una apasionada discusión in situ, sobre la autoría de esa novela picaresca. Ahora se le atribuye a Diego Hurtado de Mendoza pero el común de los mortales se queda, de momento, con el consabido ‘Anónimo’.

Ya que te has acercado a la Casa Lis, el Museo de Historia de la Automoción capta a cualquier menor y produce el mismo efecto en los mayores, así que se le puede vender a los niños como una actividad específica para ellos, aunque los adultos disfruten todavía más.

DOS DÍAS

La calidad de la visita y la sensación global mejoran mucho al dormir una sola noche en Salamanca. De entrada, permite aprovechar las últimas horas del día, con el permiso del correspondiente toque de queda. Has madrugado para llegar a buena hora pero debes decidir si añades al plan esbozado para una sola jornada un montón de hitos en la propia capital charra o haces una escapada para dar un zarpazo a la provincia. El aparcamiento del Centro Histórico es idóneo para dejar el coche y pasear por la zona, sin alejarse demasiado para poder volver a dejar las compras.

Interior del Museo de la Casa Lis.

Si te quedas en la ciudad, la secuencia pasa por visitar la Casa Lis o, mejor dicho, el Museo Art Nouveau y Art Deco Casa Lis, un edificio que, desde la confluencia de los paseos de Rector Esperabé y San Gregorio, ya te asombró en un primer vistazo lejano.

Desde ahí, sube por la calle Tentenecio, llamada así por las palabras con las que San Juan de Sahagún detuvo la carrera de un toro que se había escapado del mercado y que podía herir a quien se encontrara en su camino. Puedes decir en voz alta ‘¡Tente, necio!’, pero procura que no haya nadie cerca, ya que es posible que ese toro no se detenga.

Desvíate por la calle Gibraltar, que tiene una historia un tanto forzada ya que, además de la entrada a la Casa Lis, en ella se encuentra el Archivo General de la Guerra Civil, de que salieron cientos de legajos hacia Cataluña. La polémica fue tal que, en 2006, pasó a llamarse ‘calle del Expolio’, aunque recuperó cinco años después su antigua denominación. Al final de esa vía está el Patio Chico, uno de los lugares palpitantes de la cultura charra, con el permiso del coronavirus, y muy cerca, el Huerto de Calixto y Melibea.

Vista de Salamanca desde la terraza del Parador Nacional.

Si optaste por dormir en el Parador Nacional de Turismo de Salamanca, ya lo sabes. Si no, puedes cruzar el Tormes y acercarte a su terraza para presenciar una de las vistas más hermosas de la ciudad.

Al volver a la otra margen, pasa junto al Palacio de Congresos y Exposiciones, sin dejar de examinar la espléndida obra ‘A la Constitución’, del benaventano José Luis Alonso Coomonte, recién elegido Premio Castilla y León de las Artes 2020. La escultura estuvo en la plaza de la Constitución y fue trasladada, en una decisión no exenta de polémica, a la Vaguada de la Palma, junto al Palacio de Congresos y Exposiciones de Castilla y León.

Como todas las ciudades con historia densa, Salamanca tiende a ser inabarcable pero piensa que está cerca, por mucho que la pandemia dificulte y acote los desplazamientos.  Prepara con mimo y con la ayuda de Turismo de Salamanca, entre otras posibilidades, el siguiente viaje, que será pronto.

La provincia es un atractivo turístico de primer orden, como Los Arribes.
Ciudad Rodrigo merece una visita siempre.

Para disfrutar de la provincia el segundo día y volver con energía a tu lugar de origen, mejor no intentar abarcar más que una localidad o, si acaso, una comarca. Nada de ir a visitar Aldeadávila de la Ribera por aquello del turismo relacionado con la energía hidráulica para desplazarse, acto seguido, a Ciudad Rodrigo, acercarse a la zona arqueológica de Siega Verde, si te interesa el arte rupestre del Paleolítico Superior; ver la plaza de toros de Miranda del Castañar y comprar un jamón en Guijuelo antes de volver a Burgos, por ejemplo. Con semejante paliza, la sensación no será buena.

La Alberca, uno de los pueblos más bonitos de España.

Mucho más razonable, subir con un hornazo de Salamanca hasta la Peña de Francia a respirar hondo y a comer, dar un buen paseo por La Alberca y otro, por las calles de Mogarraz para admirar las obras de Florencio Maíllo. En este caso, el visitante recibe una tremenda impresión de ese museo al aire libre en el que el pintor ha convertido la localidad, con más de 800 imágenes de sus propios habitantes.

Las obras del artista Florencio Maíllo se han convertido en un potente reclamo en la localidad de Mogarraz.

La Sierra de Béjar vale la visita de forma aislada y específica. Aprovecha a recorrer Candelario, no en vano es uno de los pueblos más turísticos de Castilla y León. Si tienes la oportunidad de perderte y recorrer el pueblo con calma, volverás, con toda certeza.

Apunta también Alba de Tormes y Ciudad Rodrigo. En este último caso, muy recomendable, aunque solo fuera por la Ruta de las Fortificaciones, sin contar con un paseo por el adarve de la Muralla, el Hospital, el Palacio de los Águila, la Plaza Mayor y la Casa de los Vázquez. Seguro que paras para una foto con las Tres Columnas.

La Basílica de Alba de Tormes impresiona a quien se adentra en su arquitectura.

A un tiro de piedra de la capital, Alba de Tormes tiene un gran peso como lugar de peregrinaje. Imprescindible ver la Basílica, con su historia de proyectos e interrupciones que la revisten de un halo especial, y muy aconsejable dedicar tiempo a recorrer iglesias como San Pedro y San Juan o el Convento de la Anunciación.

También es una ocasión para leer sobre la Casa de Alba, que siempre da mucho juego y abre apasionadas discusiones. Bueno, bien pensado, mejor será releer a San Juan de la Cruz y a la propia Santa Teresa de Jesús.

La capital y la provincia charras son inabarcables. Después de todo lo dicho, Salamanca es imposible de condensar en dos jornadas y, no digamos, en una. Pero mejor intentarlo que quedarse en casa toda la Semana Santa.

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