La dársena de la capital pucelana jugó un papel determinante en la industrialización de la ciudad, convirtiéndose desde 1835 en el primer polígono

Es uno de los principales patrimonios históricos industriales de Valladolid

Embarcamos… Nos espera una barcaza cargada de harina de trigo, de lana y de vinos en el ‘puerto’ de Valladolid. No es un puerto cualquiera. Ni marítimo, ni siquiera fluvial al uso. ¿Su destino? Alar del Rey, en Palencia. El viaje es simulado, claro, pero bien podría representar el arranque de una de esas expediciones de barqueros que el siglo pasado surcó las aguas del Canal de Castilla por el último tramo del ramal sur.

Nos situamos en la dársena del Canal en Valladolid, allí donde muere, o nace (depende de cómo se mire), esa obra de ingeniería de la Ilustración que soñó en el siglo XVIII con crear una red de canales para comunicar, a falta de ferrocarril, la Castilla profunda con el mundo, atravesando la cordillera Cantábrica y desembarcando en el mar.

La realidad se impuso y, al final, esa arteria de agua, que desde 1991 es Bien de Interés Cultural en su conjunto, no llegó a más de 207 kilómetros, por 38 términos municipales de Valladolid, Palencia y Burgos.

El recorrido por el Canal de Castilla ofrece imágenes impresionantes. Fotografía: E. Margareto.

Sueño o realidad, el canal jugó un papel determinante en la industrialización de Valladolid. Y es que esa zona se convirtió desde 1835 en el primer polígono industrial que existió en la ciudad.

Era el lugar de carga y descarga de mercancías procedentes de Tierra de Campos con destino a los puertos del norte, y eso atrajo numerosas empresas, negocios y mano de obra. Permaneció vivo, con multitud de avatares, hasta que en 1959 el canal quedó oficialmente cerrado a la navegación.

Iniciamos, por tanto, nuestra ‘navegación’ a pie por uno de los más importantes patrimonios históricos industriales de Valladolid.

Aunque quizás poco conocido entre los vallisoletanos, el recorrido discurre en paralelo a los barrios de la Victoria, Parva la Ría, Puente Jardín y el antiguo poblado de Tafisa.

Antaño hubo allí, a ambas orillas, fábricas de harinas, la primera fábrica textil moderna de hilados y tejidos de algodón de la ciudad, cerámicas, almacenes, fundiciones, talleres para reparar las barcazas, dragadoras, embarcaderos, puentes, viviendas facilitadas a los trabajadores de la empresa…

Hoy, ni rastro de esas barcazas que podrían llegar a transportar el equivalente al grano de trigo que portaban 30 carros de bueyes, pero sí restos de edificios canaliegos, próximos a la dársena y que están integrados en el conjunto urbano como un recuerdo de la gran obra hidráulica de la navegación interior en la meseta castellana.

Hoy muchas de esas naves siguen en pie cerca de la dársena, algunas de ellas reconvertidas en restaurantes, cómo La Maruquesa, en el número 4 de la calle Canal, o el Costa del Piñón, en la nave número 6. El tránsito de su clientela da vida a una zona no especialmente mimada, por otra parte.

Todavía se pueden contemplar restos de la infraestructura hidráulica, como grúas, a la derecha y a la izquierda del canal. E incluso pequeños gallineros, más propios de un área rural, que cuidan los vecinos de la calle.

Continuamos la travesía en dirección hacia el norte de la ciudad y, al acabar la calle y la hilera de viviendas, nos topamos con la ‘Pasarela’, un pequeño puente que atraviesa el canal hacia el final del barrio de la Victoria y la urbanización Puente Jardín.

Ahí comienza un camino de sirga que constituye un marco ideal para el paseo, ya sea en bici o a pie. En paralelo a lo largo de toda el Jardín Botánico, con sus más de 30 especies de árboles y varias plantas autóctonas, como alcornoques, cipreses o abedules, se extiende un carril acondicionado para bicis, pero por donde los vehículos de dos ruedas comparten espacio con paseantes, carritos de bebé, niños en patinete o en patines.

El canal es un auténtico corredor biológico, y la prueba es el grupo de patos y pollas de agua que acompañan todo el camino de tierra.

Si se prosigue la senda, tras pasar por debajo de la ronda Este y la carretera de Burgos, se llega en apenas cuatro kilómetros a la esclusa 42, a la altura de las viejas casas del poblado de Tafisa y muy cerca de donde el canal y el río Pisuerga parece que van a fundirse, pero no.

Es la última esclusa del ramal sur del canal y tiene la particularidad de que sus compuertas siguen en funcionamiento y presentan un aspecto impecable gracias a la restauración que se llevó a cabo en 2009. Un edificio, ayer almacén y caseta de cobro a modo de peaje, alberga un centro de control del canal.

No muy lejos de allí se alcanza la esclusa 41, donde es posible conectar con la ruta del vino de Cigales, pero eso da para un próximo post.

Por Mar Peláez

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