Viaje turístico al fondo de la tierra en el Pozo Sotón, de Asturias

Asturias muestra al ‘nuevo minero’ el esplendor de su patrimonio en un viaje sensorial indescriptible

En las entrañas de la minería asturiana afloran propuestas turísticas advirtiendo al visitante sobre una inédita forma de descubrir la realidad de una tierra, su cultura y una parte de los modos sociales que imperaron en tiempos muy cercanos. Descender a una mina o discurrir entre las calles de un poblado minero con tintes afrancesados forma parte de la visita que propone el patrimonio minero asturiano para acercarse a su importante historia.

Resulta difícil imaginarse volver a la mina a la mañana siguiente. Esta puede ser la primera sensación del visitante tras descender a más de 550 metros en el Pozo Sotón, la única mina visitable de carbón subterráneo de Europa. Sobre todo, porque el pozo envuelto en la imponente naturaleza asturiana, habrá calado en las entrañas del visitante y la hulla habrá dejado honda huella en sus emociones.  

La explotación asentada en el concejo asturiano de San Martín del Rey Aurelio, integrado en la cuenca del Nalón, rio crucial del Principado donde a su término se mece San Esteban de Pravia, villa marinera que llegó a ser el mayor puerto carbonero de España y que abrió en 2015 una nueva veta orientada a la preservación del patrimonio minero industrial y tras someterse a los designios de lo que acabaría por llamarse “descarbonización del país”, cerró su explotación el 31 de diciembre de 2014.

Antes de la fundación de este pozo en 1918 con el objetivo de proporcionar energía a los hornos de la Felguera de Langreo, la mina ya se había convertido en tracción y Asturias arrancaba el dominio de la industria del carbón durante las décadas más transcendentes de la historia contemporánea de una España ennegrecida por el devenir en la transición de los modelos económicos del que queda un patrimonio industrial revelador y vivo, indispensable para entender la evolución social y económica de este territorio y que permite al visitante acercarse a los estigmas y a la realidad de las cuencas mineras asturianas y, por su puesto, a sus gentes.

La aventura comienza con el apretón de manos de un minero de la empresa pública Hunosa, última propietaria del pozo Sotón, y cuyas instalaciones de superficie, declaradas Bien de Interés Cultural (BIC), simbolizan el orgullo de la minería. A partir de este momento, los ‘mineros guía’ vigilarán la seguridad de la visita y ya en la sala de formación dejarán constancia al visitante de los aspectos determinantes del descenso: Concentración, puntos de apoyo, equipo de salvamento…

Minutos más tarde, el ritual exige enfundarse el traje de minero y pasar hacia la lampistería rindiendo homenaje a la profesión ante el memorial por los compañeros fallecidos. Tras ajustarse el casco y asegurar el cinto donde cuelga el equipo de salvamento, de nuevo el minero guía se acerca al viajero y comprueba que todo está correcto. Ha llegado el momento de bajar a la mina.

La jaula ya espera. En el ambiente se respira solemnidad. Hay un cierto silencio frío, pero ya acomodados desaparece y arranca el descenso a cuatro metros por segundo hacia el interior de la tierra y de 144 kilómetros de galería que horadan el pozo hasta en diez plantas.  La velocidad pasa desapercibida entre la inquietud por descubrir la mina.  Abajo, en la 8ª galería, ya a 338 metros de profundidad y templado el nervio, comienza la incursión y la mina ya se habrá hundido para siempre en los sentidos de su visitante.

La comunión que se vive entre las galerías y las chimeneas con la mina y el minero, que paso a paso guía al aventurero por las profundidades de la explotación, transportan al viajero a otro espacio y lo acercan al laboreo y trasiego que registró durante los tiempos  en los que el carbón movió los motores de un país que necesitaba alcanzar el desarrollo.

Y tras un breve reconocimiento de la galería, habrá que descender de nuevo a la planta novena a través de una chimenea, “la Jota”. El tubo exigirá poner en práctica los medidas de seguridad que remacharon los mineros durante la formación. Tres puntos de apoyo y a calar la capa. Las trabancas de madera, suaves al guante del trasiego de años, son amables y aparecen salvadoras en  cada movimiento. Casi sin pensar el descenso se hace seguro y discurre con fluidez. El grupo aparecerá satisfecho una planta más abajo y las primeras sonrisas afloran.

Sin móvil, ni amuletos. Sin reloj, sin referencias, el visitante comienza a disfrutar de los sonidos de la mina. En su oscuridad comienza a sentirse protegido y adapta la visión a los tiros de luz de las lámparas. El agua y el aire que por sus galerías discurren, acarician la bota y la cara del minero ocasional y le acercan la comprensión al viajero sobre los recursos energéticos y la riqueza que encierra el territorio en clara relación con el desarrollo de su sociedad durante los años del oro negro. Asturias es ahora más comprensible para el viajero e incluso más bella.

La expedición al corazón de Sotón continúa una planta más abajo. Las piernas comienzan a acusar el esfuerzo de la profesión pero el aliento empuja al visitante al descenso y unas escaleras interminables y siempre seguras siguiendo instrucciones, asoman en la rampa.

Animado el grupo, posan sus botas sobre la última planta visitable. Bajo los pies, agua. Las plantas inferiores yacen inundadas. 

El avance ahora en esta galería se hace en el que fuera el tren de personal. Los mineros vuelven a pedir máxima precaución y concentración. El estado real de la galería permite adivinar el trasiego que vivieron las capas del Sotón, que llegó a alojar en sus mejores tiempos a 1.500 mineros.

Aún quedará una última parada antes de volver a la superficie. La capa ´La turista´ espera que la expedición muestre si han superado el descenso y los visitantes, a punto de vivir un momento indescriptible, descubren una actividad que no es obligatoria, pero muy recomendable para sentir el latido de la mina. El ascenso es de sólo seis metros entre madera amable y ascendidos, ya en horizontal, espera una capa de hulla brillante y un martillo de minero picador dormido.

Empuñar la herramienta base de la compleja industria transforma la experiencia. Cuando el martillo pelea con la capa de carbón y consigue arrancarlo, el material se desprende y el visitante siente el abismo. De repente advierte la cota en la que se halla y los estratos perfectamente alineados sienten la misma gravedad que él mismo. La sensación estremece. El desplome del carbón a brazo de minero contra el corte desprende emociones y sensaciones que permitirán al visitante llevarse la hulla conquistada y la mina para siempre en su interior.

Y es que, aproximarse al nervio del picador, al temple del entibador o al tino del barrenista acaba por transferir a la experiencia del visitante los valores y verdades de una profesión e industria que continúa arrancando la voluntad contra el olvido. Un giro en su actividad que se tornó en turística en 2015 con el objetivo de preservar el patrimonio y los recursos asentados en las cuencas mineras asturianas en favor de una explotación mas sostenible de sus pozos y montes como pago a tantos bienes encontrados en su interior.

Han pasado ya más de cuatro horas y cuando se acerca el momento de salir de la mina, la expedición quiere dejar parte del esfuerzo en ella y se asienta cómoda en la última galería como si de un minero de aquellos días se tratase. El guía capacitado llama a entrar en la jaula y poco después el sonido de la sirena arriba, ya en la calle, avisando de la salida del turno, despierta las emociones. El apretón de manos ahora se transforma en abrazo al minero guía. La ducha y la música de Los Berrones en el cuarto de aseo empujan a la vida a los mineros accidentales.

Y aunque a la mañana siguiente el visitante no busque motivos para bajar de nuevo al pozo, es duro, sí encontrará razones para continuar adentrándose en la cultura minera y descubriendo la idiosincrasia de Asturias. En sus nuevos paseos, ya en la superficie de la cuenca, emergerán poblados de cuento, castilletes integrados en el paisaje o instalaciones artísticas de vagonetas a las puertas del primer pozo minero declarado BIC en Asturias, el Pozo Santa Bárbara.

Emplazamientos y localizaciones que el viajero debe descubrir para disfrutar de una auténtica experiencia minera:

Ecomuseo Valle de Samuño (Aldea Cadavíu. Langreo)

En el Ecomuseo Minero Valle de Samuño un tren minero llevará al visitante desde el Cadavíu, a través de un paisaje entre sauces, laureles, saucos y chopos y durante dos kilómetros aguas arriba, a 32 metros bajo tierra para mediante una jaula desembarcar en la plaza del pozo San Luis. Se trata de una admirable construcción que por su cuidado diseño es un excelente ejemplo de arquitectura industrial. Abajo, en la galería de su pozo, el visitante puede encontrar el decorado de la película “Infiesto”, un film, de posible factura asturiana, que ejemplifica los nuevos usos a los que se abre el rico patrimonio industrial que contienen las cuencas.

Archivo Histórico de Hunosa (Pozo Fondón. Sama de Langreo)

El archivo permitirá al visitante conocer una parte fundamental de la historia de la minería e industria no sólo de Asturias, sino de España y Europa. Más de 30.000 metros cuadrados entre la casa de aseos y las oficinas del Pozo Fondón, en Sama de Langreo, y en cuyas instalaciones también se encuentra la Estación Central de la Brigada de Salvamento Minero, cuentan la historia entre documentos, planos y exposiciones. El presidente de la compañía, Gregorio Rabanal, podrá aparecer al lado del árbol genealógico de la hulla para ayudar a comprender el valor que atesoran las instalaciones: “Para entender la Asturias de hoy, hay que comprender lo que fue el proceso histórico de industrialización impulsado por la minería y ese proceso histórico está aquí, conservamos los documentos que se conservaban de todas aquellas empresas que fundadas a mediados del S XIX transformaron esta región”, subraya.

Poblado minero de Bustiello.

“Da un paséu”. Pasear por Bustiello era un lujo (Concejo de Mieres)

Antes de abandonar el Principado, el visitante podrá colmar las vivencias paseando entre las calles de un poblado minero. Bustiello, en el concejo de Mieres, permite entender el paternalismo industrial.  El conjunto urbanístico fue concebido en 1890 por la Sociedad Hullera Española y necesitó 30 años para su construcción.

Inspirado en el concepto de vivienda jardín y con un diseño afrancesado por la colaboración del ingeniero galo Félix Parent, acercará aquellos tiempos al visitante que se acerque hasta el poblado.

El proyecto elitista permitiría a una pequeña comunidad seleccionada bajo estrictas condiciones de acceso, disfrutar de una casa de dos plantas, agua, luz eléctrica, huerto o saneamientos. Todo un lujo para aquel entonces.

Desde la casa del ingeniero, que en la actualidad alberga el Centro de Interpretación, el visitante podrá conocer los detalles que regían la vida social y cultural de los mineros, los detalles educativos o sanitarios de entonces y descubrir piezas artísticas como las vidrieras de su parroquia, que incluso aspiró a ser iglesia. En ellas, Santa Bárbara le iluminará para que su recuerdo, que ya viaja con él, sea siempre el reflejo en el comprender el esfuerzo y el valor que aportaron los mineros asturianos y sus minas.

Por Javier Álvarez

viajarymuchomas.com