
El complejo hotelero, uno de los mejor ‘todo incluido’ del mundo, sorprende por su calidad y servicios

Cuba, por suerte, no sólo es una fábrica de talento musical, artístico y literario, sino que es un país lleno de contrastes, con una naturaleza exuberante a poco que salgas de la capital, La Habana, que de por sí ya es el mejor parque temático de la vida que puedes recorrer. Y no sólo por ser esa gran dama que ahora luce una vestimenta multicolor de majestuosos edificios coloniales restaurados y hoteles de lujo, por un lado, con viviendas desvencijadas, calles con sabor a antaño y vehículos (almendrones, se denominan allí) de los años 50, por otro.
Los cubanos son los reyes del reciclaje e igual te arreglan la montura de unos anteojos o un viejo reloj del abuelo como te renuevan un neumático del coche (goma, en el hablar cubano) al lado de la panadería o te hacen un puzle con las piezas del motor del vehículo en medio de un taller tan grande y aireado como es la propia calle.


La Habana Vieja, especialmente, es un lugar inigualable, único, auténtico… una laberíntica intersección de estrechas calzadas y avenidas donde verdaderamente los lugares más bellos los conforman sus propios habitantes. Sólo eso ocurre en una ciudad que no deja indiferente a nadie. Y cuando digo a nadie, es a nadie.
Pero, Cuba tiene otros muchos, muchísimos, encantos fuera de su bulliciosa capital. ¿Las playas de Varadero? No, aunque, por supuesto, es uno de los lugares más turísticos y tradicionales que se ofrecen en los paquetes turísticos de todo el mundo. “Tres noches en La Habana y cuatro en Varadero” rezan muchos carteles colgados en las agencias de España. Y desde las playas de Varadero ya te proponen luego excursiones a Trinidad, ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco; a Cienfuegos, la ciudad marítima donde nació Beny More, y Santa Clara. Toda la costa cubana es un espacio de ensueño.

Para soñar despierto
Pero sí de verdad quieres soñar despierto hay que ir un poco más lejos, cruzando la provincia de Matanzas, Santa Clara y Villa Clara, hasta llegar a la localidad de Caibarién, la villa blanca.
En el Cayo Santa María, por ejemplo, al que se llega a través de una carretera de 48 kilómetros que une la isla caribeña con este paraíso de la naturaleza, hay una veintena de complejos hoteleros, pero sobresale uno al que le he echado el tiento para compartir la experiencia con vosotros. No en vano, está considerado como uno de los hoteles ‘todo incluido’ mejores del mundo mundial: el Royalton. De hecho, su director, argentino de nacimiento, Alejandro Víctor Jaime, subraya con indisimulado orgullo que acaban de recibir un nuevo sello de calidad internacional en ese sentido.

El primer mercado emisor hacia este hotel, un resort de lujo de cinco estrellas distribuido en bungalows y algunas cabañas (en total tiene 122 habitaciones), sigue siendo el canadiense. Pero la pandemia y, evidentemente, otros tristes acontecimientos más recientes, ha situado al propio mercado cubano como el segundo en ese ranking de usuarios en detrimento del turismo ruso. Europeos en general y españoles, en particular, brillan por su ausencia, al menos en el tiempo de estancia que VYMM ha estado. Vamos que aquí soy para gran parte del personal ‘el europeo’, literalmente, porque salvo una familia chilena, no hay mucha otra procedencia internacional, salvo otra pareja coreana.

Como no soy muy de nacionalidades, he decidido, aunque sea solo por razones idiomáticas, ser un cubano más. El nuevo moreno de la piel ayuda, dicho sea de paso. Además, ciertamente, lo de conversar a menudo con los trabajadores y responsables del hotel llega incluso a cambiarte un poquitito el acento. Hoy mismo sonó varias veces el móvil y en un par de ocasiones, al coger la llamada, me salió inconscientemente la respuesta “¡oigo!”, que es como ‘acá’ dicen lo que nosotros solemos expresar habitualmente con un “¡diga!” o “¿quién es?”. Eso si no reconoces el número de llamada, claro.
Lo bueno de este lugar dedicado al descanso y el relax es que resulta absolutamente difícil enfadarse; ni siquiera te sale una mueca retorcida en el rostro, salvo que quieras hacerlo contigo mismo.
A todo canadiense que me cruzo le digo alto y claro “¿qué tal?” o “¡buenas tardes!” y, oye tú, muchos se te quedan mirando con cara pasmada y no responden nada de nada en español. Uno procura ser educado, y por eso creo que cualquiera de nosotros que visitara Canadá trataría de llevarse aprendida al menos una serie de expresiones locales para ser lo más cortés posible. Pero eso es otra historia, muy relacionada, por cierto, con el atávico complejo del españolito entrado en años, como es el caso, por la indisimulada dificultad para manejarse en inglés.

El agua del mar Caribe, y que baña este sorprendente país, es el mejor spa que puedes encontrar y, encima, sin turno de espera. El Royalton es un complejo hotelero de altura en calidad y trato humano por parte de su cualificado personal, del que, por cierto, Micaela, la subdirectora, se siente orgullosa. Pero el trabajo del personal sale también extramuros. Y me explico. Te vas a la playa, arena fina blanca y aguas que ya las quisieran muchos balnearios por sus poderes curativos, y allí el bar se acerca a ti, no al revés. Los masajistas se acercan a la tumbona y te ofrecen el mejor tratamiento para ese cuello dolorido y esos hombros cargados en plena tumbona. Y, ¡oiga!, que eso también forma parte del ‘todo incluido’. Siempre cabe, lógicamente, la cortesía de una voluntaria propina al profesional.

Un día en el Royalton podría resumirse en que la vida es también la búsqueda de sosiego y un poco de paz y sentirse identificado con el lugar y las personas que te acogen. Y eso es lo que sucede precisamente en este complejo con varios restaurantes, chiringuitos, cafeterías y hasta una brasería que huele a carne y buen pescado.


Recomendable su zumo (jugo, se dice allá) de mango, a mezcla de frutas tropicales en medio de todos los productos típicos de un hotel de cierta clase. Los horarios son amplios y flexibles y, además, por si tienes el antojo, el servicio de mayordomía del que dispone cada cliente te acerca a la habitación lo que desees degustar.


Y hablando de habitaciones, son auténticos espacios de confort, donde la limpieza y la atención están aseguradas. Su amplitud sorprende y las diferentes áreas de estancia, incluida una terraza particular. ¡Ah!, curioso resulta el estilo con el que el servicio de camarera de hotel te deja hecha la cama, algo que no deja de ser otro detalle más de un hotel que mima a sus clientes.
Por la época de lluvias en la que estamos es recomendable llevar un repelente de mosquitos y, aunque llueve de repente, la fiesta o el descanso lo puedes seguir practicando en sus dos grandes piscinas, donde no falta de nada. Tumbonas fuera y dentro del agua, servicio de camarero, actividades lúdicas y de ejercicios físicos, y una música apropiada a cada uno de los distintos ambientes.

La jornada de descanso no acaba con la cena (allí a este momento culinario se denomina comida). La actuación en directo de músicos en el lobby del hotel alarga la noche, un espacio que se convierte a la vez en una especie de improvisado coworking donde intercambiar amenas charlas y sugestivas experiencias. Por cierto, que la conexión a Internet funciona estupendamente en todo el complejo, lo cual te permite también, como es el caso, compaginar ocio con teletrabajo.
Este moderno complejo cuenta con Diamond Club para un servicio de mayor nivel y áreas tranquilas de piscina, playa y comedor solo para huéspedes mayores de 18 años y servicio de habitación las 24 horas. El aeropuerto internacional Jardines del Rey se encuentra a 76 km.
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Por Rafa Monje